Antigua Matanza. Revista de Historia Regional

ISSN 2545-8701

Junta de Estudios Históricos de La Matanza

Universidad Nacional de La Matanza, Secretaría de Extensión Universitaria, San Justo, Argentina.

Disponible en: http://antigua.unlam.edu.ar

Pérez, A. N. (diciembre de 2019 – junio de 2020). Perlinger o Perón. Disputas por el control y las posturas ante el fascismo durante los años 43 y 44 a puertas adentro de las Fuerzas Armadas. Antigua Matanza. Revista de Historia Regional, 3(2), 4-48.

Indagaciones históricas

Perlinger o Perón. Disputas por el control y las posturas ante el fascismo durante los años 43 y 44 a puertas adentro de las Fuerzas Armadas

Adrián Nicolás Pérez[1]

Universidad Nacional de Luján, Departamento de Ciencias Sociales, Luján, Argentina.

Fecha de recepción: 27 de noviembre de 2019.

Fecha de aceptación y versión final: 16 de diciembre de 2019.

 

Resumen

El general Luis Cesar Perlinger y el coronel Juan Domingo Perón personificaron un enfrentamiento en los años 1943 y 1944 puertas adentro de las Fuerzas Armadas Argentinas, luego de haber sido aliados dentro de la Logia que protagonizaría ese período: el GOU. Sus caminos comenzaron a distanciarse cuando las posturas que los elencos que ambos representaban empezaron a evidenciar sus intenciones y a plasmarlos en acciones consecuentes con ellas. Los dos puntos de desencuentro de mayor relevancia serán la relación que debería existir entre las Fuerzas Armadas y la sociedad civil, por un lado, y por otro las distintas líneas del fascismo que pretendían llevar a la práctica, y los cómo hacerlo. El precedente de la Logia San Martín, los cargos a ocupar dentro del gobierno de facto de 1943, los elencos, el GOU, las reacciones ante la tragedia de San Juan, la visión e intentos de intervención desde el exterior, las tensiones y negociaciones de cara a la cobertura del Ministerio de Guerra, y posteriormente las definiciones en torno a la vicepresidencia.

Palabras Claves: Perón, Perlinger, Fuerzas Armadas Argentinas, sociedad civil, fascismo, GOU


[1] Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Luján. Profesor en Historia por el Instituto Superior de Formación Docente y Técnica N°15. Profesor en Geografía por el Instituto Superior de Formación Docente y Técnica N°15. Estudiante de la Maestría en Ciencias Sociales con orientación en Historia Social en la Universidad Nacional de Luján.


Perlinger o Perón.

Disputas por el control y las posturas ante el fascismo durante los años 43 y 44 a puertas adentro de las Fuerzas Armadas

Introducción

El general Luis Cesar Perlinger y el coronel Juan Domingo Perón personificaron un enfrentamiento a mediados de la década de 1940 puertas adentro de las Fuerzas Armadas Argentinas, luego de haber sido aliados dentro de la Logia que protagonizaría ese período.

Las razones del mismo se podrían encontrar con mayor profundidad en las posturas que ambos perseguían en cuanto a la relación que debían mantener las Fuerzas Armadas con la sociedad civil, aunque no se limitaban a ello. Las actitudes ante el fascismo por parte de ambos, y más aún de los actores que los apoyaban, se tornarían de suma importancia a la hora de las resoluciones, tanto internas como externas.

Este trabajo tiene como objetivo el poner en evidencia que entre los años 1943 y 1944 existieron tensiones puertas adentro de las Fuerzas Armadas Argentinas entre dos sectores que, si bien compartían prácticas y proyecciones fascistas, se resolvieron a favor de la que supo aprovechar políticamente algunos acontecimientos puntuales y buscar apoyo en sectores externos a las Fuerzas.

Pero no existe un solo tipo de fascismo. Buron y Gauchon (1989) afirman que existen al menos tres líneas dentro del fascismo: la italiana, la alemana, y la de “otros países europeos”, y que el término ha sido utilizado tanto para descalificar a un adversario como para definir un movimiento político o caracterizar a un gobierno; utilizándolo mayoritariamente de modo vago, impreciso, difuso, pretendiendo con ello designar una amplia gama de fenómenos políticos, ideológicos u organizativos (p. 7).

La Argentina no era ajena a esto. Ahora, si bien no existe un solo tipo de fascismo, tampoco existe fascismo sin su opuesto. El antifascismo es complejo en su descripción, ya que partimos de que es originariamente una negación. Claro que existen distintas visiones del cómo se construye esta oposición, y del cómo esta se vuelve luego positividad. Esta línea del “ser por oposición” en el caso particular del fascismo, encuentra su origen en que todo lo considerado bueno es lo opuesto a todo lo que propone como bueno el fascismo.

Como en toda lógica social, existen momentos épicos y momentos de mayor pasividad. En el caso particular de nuestro país, sin lugar a dudas encontramos un momento épico del antifascismo en el informe presentado en la Conferencia Nacional del Partido Comunista del 22 de diciembre de 1945, publicado un año después, a cargo de Victorio Condovilla (1946), quien no dudó en titularla como “Batir al nazi-peronismo para abrir una nueva era de libertad y progreso”. Y no es sólo un título rimbombante, sino una declaración basada en un análisis extenso, comenzando con “No somos un Partido Nuevo”, haciendo alusión a la proscripción de los partidos políticos de 1943 (p. 3), para rápidamente meterse de lleno en el tema central: “Nuestra lucha para evitar el golpe de Estado fascista”, acompañado de un contundente “Denunciamos el carácter fascista del golpe de Estado del 4 de junio” (pp. 4-5), y luego acusar “¿Elecciones libres o plebiscito mussoliniano?” (p. 17), para concluir sin dejar lugar a dobles interpretaciones con un contundente capítulo IV titulado “El peronismo es fascismo” (p. 23). A primer golpe de vista pareciera quedar en el aire la noción de que el fascismo era Perón, y podríamos caer en la simplificación de que sólo en él se encarnaba esta línea, o por lo menos de que era la única expresión del fascismo dentro del golpe del 4 de junio del 43. No fue así.

Las fuentes bibliográficas utilizadas para el presente artículo son secundarias. A la vez que se hará uso de discursos y declaraciones en periódicos y boletines oficiales.

Los apartados del trabajo fueron pensados en cuanto a estas cuestiones. Primeramente se focalizará en un punto de inflexión dentro de la relación existente entre las Fuerzas Armadas y la sociedad civil, durante la segunda década del siglo XX. Una vez presentados los lineamientos hacia el interior de las Fuerzas, será el momento de analizar la relación entre el general Perlinger y el coronel Perón, primero dentro del GOU y su accionar dentro del golpe del 43; y luego las distancias en cuanto a las líneas del fascismo y las diferentes lecturas del nacionalismo. Hecho ello, analizaremos el cómo sus accionares en cuanto a la tragedia de San Juan marcaron un antes y un después en su relación y en la visión que de ellos tendría la opinión pública. Dicho esto, veremos cómo las definiciones comienzan a precipitarse, sobre todo ante dos decisiones que el presidente tomó: la elección del puesto de Ministro de Guerra, primeramente, y luego la elección del Vicepresidente. Así encontraremos los escenarios que se presentan de cara a las carreras tanto políticas como militares de ambos exponentes.

Cambios en la relación Sociedad Civil - Fuerzas Armadas: La Logia San Martín

La sociedad civil y las Fuerzas Armadas, señala García Lupo (1963), había comenzado a sufrir algunas tensiones ya desde los años del ascenso de Yrigoyen al poder, más precisamente, en octubre de 1916. Se reincorporaron oficiales radicales que habían sido pasados a retiro durante los años previos (mayoritariamente en la “Revolución de 1905”), y surgieron demoras sobre las prácticas habituales en los ascensos y las promociones. Esto, naturalmente, bajó la imagen que se tenía de Yrigoyen dentro de las Fuerzas. Lo acusaban de utilizarlos para fines políticos, como intervenir y controlar las provincias, pero relegándolos.

Lo cierto es que esa primera postura de disconformidad con la figura del Presidente generó hacia adentro de las Fuerzas una serie de argumentaciones que devinieron en diferentes líneas internas. Quizás la de mayor influencia en los años que vendrían sería la Logia San Martín, organizada en julio de 1921 como señala García Lupo (1963):

Para suplantar su influencia en los ascensos y eventualmente para asegurarse el control del poder civil (…) La mayoría de sus integrantes formaba parte de la élite profesional y su primer paso fue conquistar el Círculo Militar (…).

La Logia San Martín obtuvo el cargo para Justo y este llevó a todos los comandos a los logistas. La situación no fue ignorada por el público y en 1928 la prensa informó sobre el descubrimiento de una logia que contaba con 188 adherentes militares; su objetivo era apoderarse del gobierno y entregarlo al coronel Justo. El plan fue desarrollado con una táctica a largo plazo. Primero los miembros de la logia movilizaron las pocas unidades que dominaban y derribaron al presidente Yrigoyen; enseguida colocaron en el gobierno de transición al general Uriburu, que no pertenecía a la logia, con la evidente intención de no malograr a uno de ellos en la desdichada tarea de administrar el régimen provisional. Inmediatamente prepararon la elección de Justo como presidente constitucional, que ocurrió en 1932 al cabo de comicios fraudulentos. La Logia San Martín fue políticamente reaccionaria, aunque no puede decirse que todos sus componentes lo fueran; al actuar, empero, lo hizo favoreciendo una política contraria al interés del país. Por esta razón, muchos de sus miembros desertaron, aunque una buena parte se dio por conforme con el triunfo provisional y el comando de las mejores unidades (p. 83).

Así fue. Para el año 1929 encontrábamos pues dos líneas fácilmente diferenciables. Por un lado un General que ya no estaba en actividad, como lo era Uriburu, que consideraba que tanto la conspiración como el gobierno debían ser estrictamente militares, y veía con buenos ojos al nacionalismo restaurador español de Primo de Rivera y a la Italia de Mussolini. Por el otro encontramos a Justo, quien sí estaba en actividad. Su objetivo era sacar al yrigoyenismo del poder para convocar a elecciones y llegar a la presidencia mediante el voto. Si bien sus objetivos a priori coincidían, nadie dudaba ya dentro del Ejército de que las líneas eran paralelas y antagónicas.

Para cuando Uriburu toma el poder en 1930, las líneas internas ya eran tres: uriburistas, justistas[1] y radicalistas. El liderazgo del Ejército recayó en Justo. En gran medida, ello se debía al soporte que le otorgó la Logia San Martín (virtualmente ya inexistente desde hacía algunos años, pero con vínculos fuertes aún entre las tropas), pero ello estaba condenado a cambiar a la brevedad, ya que las intenciones del nuevo líder no coincidían con las premisas básicas de la Logia de no intervención en la vida política por parte del Ejército, como se vislumbra en los siguientes párrafos:

Juramos: por nuestra fe de soldados y caballeros, 1° Cumplir y hacer cumplir estrictamente los reglamentos y disposiciones superiores, y en particular: Mantener la debida subordinación y lealtad hacia el Excmo. Sr. Presidente de la Nación, observando una absoluta prescindencia política y dentro del más puro concepto de honor militar. (García Lupo, 1963, p. 224).

Para que esta agrupación se inspire siempre en algunos ideales y no se aparte de ellos jamás, llevará el nombre del Gran General de los Andes, modelo de conductor de hombres y de Ejércitos, y él mismo un ejemplar soldado por sus excelsas virtudes militares. Él también, condenó y prohibió hasta en las conversaciones por considerarla funesta, la intervención de la política en el Ejército y supo con mano férrea apartarla, salvando a sus tropas de la desorganización y de la anarquía. (García Lupo, 1963, p. 227).

Las elecciones a la gobernación de Buenos Aires de 1931 dejaron en evidencia que sin la utilización del fraude, el general Justo no podría alcanzar la presidencia de la Nación en 1932. La excepción, con los años, se hizo regla.

La inercia en cuanto a las posturas ante el fascismo dentro de las Fuerzas, lejos de menguar, se dirigió a lo largo de toda la década a gran velocidad en el camino de la profundización. Los elencos se agrupaban con bases en principio bastante generales, pero con el tiempo se conformaron subgrupos con fundamentos más específicos y distantes entre sí. El fascismo parecía no tener techo dentro de las Fuerzas Armadas.

Así encontramos en una publicación titulada Carta a un joven radical sobre “Defensa de la democracia”, en el periódico Nuevo Orden del 2 de febrero de 1941, que dicen sobre Justo:

Ahora lo veo empeñado en defender la democracia; y en defenderla contra “el fascismo”. Es decir, lo veo coincidiendo con el señor ministro del Interior y con las conclusiones de la conferencia de jefes de policías provinciales: los mismos que les hacen fraude y los apalean a usted y sus correligionarios en todos los comicios. ¿No lo lleva a sospechar nada esa coincidencia? (…)

Para usted el fascismo significa la persecución policial de los ciudadanos, la injusticia social, el gobierno de una camarilla, la corrupción, la entrega al extranjero, la guerra. ¡Pero si es la definición del Régimen que combatimos! ¡Si estamos contra todo eso tan violentamente como usted mismo! Solo que lo llamamos de otra manera (Halperín Donghi, 2004, pp. 418-419).

Perón y Perlinger: cercanos en el GOU, lejanos en el horizonte

Para comienzos de 1943 ya habían fallecido tanto Agustín P. Justo (11 de enero de 1943, aún fuerte referente cívico-militar), Marcelo T. de Alvear (el 23 de marzo de 1942, aún referente de la Unión Cívica Radical), y en ejercicio de la presidencia Roberto M. Ortiz (15 de julio de 1942), dejando un gran bache institucional, y quedando la presidencia en manos del hasta ese momento vice: Ramón Castillo. El gabinete le era ajeno, y las políticas del recientemente fallecido Ortiz le resultaban lejanas. Se encontró con una gran responsabilidad, pero con muy escasa capacidad de acción. Su gestión parecía tener pronta fecha de vencimiento, y así fue[2]. Halperín Donghi (1995) dice al respecto:

El 4 de junio se producía la Revolución; en la apresurada reunión de gabinete convocada por el presidente Castillo su Ministro de Guerra, el general Ramírez, le hizo saber “con la ruda franqueza del soldado” que era uno de los organizadores del movimiento. Dos días después era presidente provisional de la república, en sustitución del general Rawson (jefe visible del movimiento). (p. 113).

Sumemos a todo ello, que esta suerte de “acefalía” en el Ejército facilitó la rápida difusión de una logia interna. El reclutamiento dentro del GOU (Grupo de Oficiales Unidos según algunos, y Grupo Obra de Unificación para otros tantos) comenzó con cuenta gotas, como lo aseveran el documento 1.7: “el teniente coronel Rafael Sarmiento, que presentó a diecinueve miembros nuevos”; y el documento 1.8: “mientras que un tercero, el mayor Serafín Maidana, consiguió doce miembros nuevos”; y explotó rápidamente, si se observa el documento 1.10:

El poder de captación del G.O.U. entre la oficialidad es sugerido por un informe fechado en setiembre de 1943, que ofrece una nómina de miembros que parece el personal completo de un regimiento de infantería, desde el comandante hasta los subtenientes (Bases del GOU. 1° Sección, p. 24).

Retomando un documento citado Mercado (2015):

El Ejército argentino cuenta con más o menos 3.600 oficiales combatientes (en servicio activo). Pues bien, todos, con excepción de unos 300 que no nos interesan, estamos unidos y juramentados; todos tenemos firmadas ante el Ministerio de guerra las respectivas solicitudes de retiro. En mi fichero las tengo a todas. Los oficiales que no pertenecen a nuestra unión no nos interesan porque no son elementos que necesitamos para la obra en que estamos empeñados (p. 152).

Y si bien el “Grupo Organizador y Unificador” declaraba ya en sus Bases que el mismo “no tiene jefe y constituye un cuerpo colegiado”, cabe destacar que existían tres generales a los quienes los miembros tenían órdenes de aplaudir, ya sea en un Te Deum o en el Banquete Anual de Oficiales. Estos eran Ramírez, Rawson y Farrell.

El objeto de la existencia de la logia era claro en sus bases:

Un todo animado de una sola doctrina y con una sola voluntad, es la consigna de la hora, porque la defensa del Ejército contra todos sus enemigos internos y externos, no es posible si no se antepone a las conveniencias personales o de grupos, el interés de la Institución (Bases del GOU. 1° Sección, pág. 24).

Pero ellas también nos permiten interpretar el porqué de algunas luchas internas y del recrudecimiento de las distintas facciones. Ejemplo de ello son las visiones que se tenían sobre el rol que debía ocupar el Ministro de Guerra: “Anhelamos ver en manos del Ministro de Guerra los destinos del Ejército, por ser para nosotros el órgano técnico mismo, para evitar la guerra civil, que tampoco tememos, pero que estamos en la obligación patriótica de evitarla” (Bases del GOU. Bases de Acción, p. 29); y los problemas de cartelera: “Los Miembros del G.O.U. no tienen ambiciones personales: su única ambición es el bien del Ejército y de la Patria. Por eso estamos dispuestos a sacrificarlo todo por ese ideal” (Bases del GOU. Disposición sobre la constitución del GOU, p. 41), o la relación que debían sostener sus integrantes con la política.

Algunas de las ideas que se sostenían en la defensa contra la política:

Las derivaciones de la política moderna, con sus avances en el campo social e institucional, han traído como consecuencia la necesidad de que los ejércitos lleguen a penetrar, más que la política misma, los designios de los políticos, que ponen en peligro la existencia misma del Estado y del Ejército.

Una cosa es hacer política y otra cosa es conocerla para prevenir al Ejército contra los profundos males que ésta puede ocasionar. Tal es la obligación moderna del militar.

Con ello se hubiera evitado el comunismo en Rusia y la guerra civil en España. En ambas, los jefes y oficiales, como aquí, repetían a menudo: “yo no me meto en política” y cerraban, consciente o inconscientemente, los ojos ante el peligro rojo que debía devorarlos.

Hoy es necesario no sólo penetrar los problemas políticos que en el fondo pueden acarrear las graves perturbaciones que conocemos, sino que es indispensable preparar al Ejército para evitarlo a tiempo.

En nuestro país hemos ya afirmado el concepto de respetuosidad exagerado a la ley, que nos pone a cubierto de cualquier sospecha política. Ello nos servirá de escudo para obrar en el momento oportuno. Si ese momento llega, al hacerlo es necesario proceder racionalmente: El Jefe del Ejército decide y nosotros ejecutamos. (García Lupo, 1963, s.p.).

Al respecto de la mención de la realidad política internacional, es necesario recordar lo que señala Binns (2012):

Si para los países de Europa la guerra española fue, según el punto de mira de cada uno, un choque entre la civilización cristiana y el marxismo ateo o entre la democracia y el fascismo, para los sectores progresistas de Hispanoamérica fue una problemática más hispánica que universal, en la que se sentían emocionalmente involucrados en parte por el idioma, en parte por los lazos históricos, culturales y religiosos, y en parte porque se veían reflejados en las circunstancias que habían conducido a la guerra. Fue, para muchos de ellos, una continuación de la contienda hispánica secular entre la modernidad y la tradición, y los temas básicos eran temas que ellos también debatían en sus países: la reforma agraria, la separación de poderes entre el Estado y la Iglesia, la lucha contra tiranos que ahora habían descubierto modelos europeos en Hitler y Mussolini. (p. 28).

Retomando el hilo discursivo, de “la política” no era de lo único que debían cuidarse. Según Gambini y Kocik (2019) “los informantes internos del GOU incluso denunciaban un complot judío, comunista y capitalista para dominar el país”. Pero a no temer, “la logia creía tener la vacuna contra la “enfermedad social” que podía llevar al comunismo” (p. 39).

Llegó un nuevo golpe de Estado, el 4 de junio de 1943 (véase figura n°1). Y con él, los movimientos en las divisiones internas propias de las Fuerzas. Pero para ese entonces pocos podrían vaticinar entre quiénes se disputarían el control del Ejército y en ese contexto, por ende, el control civil.

Las diversas tendencias se chocaban y cruzaban una y otra vez con sus disímiles proyectos. No hacía mucho tiempo de la aparición del GOU, que fue señalado inmediatamente de pronazi. Lo que prácticamente no resiste debate es que a sus integrantes no los unía una concepción ideológica, sino el propósito de reconstruir el Ejército, depurar sus cuadros y darle un rol prestigioso en la sociedad.

El general Justo había orientado a un sector liberal-conservador y aliadófilo que logró ocupar ciertos espacios a inicios del golpe (a tal punto que Rawson fue designado Presidente, aunque no llegó a jurar), como Anaya y Ornstein ocupando ministerios. Pero esa tendencia fue desplazada en breve por el trabajo conjunto de pronazis y nacionalistas. Vano fue el intento de mantener un equilibrio entre los sectores por parte del presidente Pedro Pablo Ramírez, quien se relacionaba sobre todo con nacionalistas y radicalistas. Es aquí donde nuevos espacios comienzan a hacerse lugar: desde la Secretaría de Trabajo crece la figura del coronel Juan Domingo Perón, y desde el Ministerio del Interior el general Luis Cesar Perlinger (Jauretche, 1976).

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Figura n°1. El movimiento revolucionario del 4 de junio visto por Tristán (José Antonio Ginzo) en La Vanguardia. “La mulata del Restaurador. Quiso a muchos, pero su amor siempre fue Juancito…”. Llama la atención que Tristán hace referencia a Hitler, Mussolini, Franco, Filippo, Fresco, Farrell, Uriburu, Ramírez. Storni, Labougle, Olmedo, Genta, Zavalla, Peluffo, Velasco, Baldrich, Castellani, Martínez Zuviría, Osés y Albariño; pero son omitidos tanto Perón[3] como Perlinger.

No es de extrañar que, para los años y el contexto internacional que corrían, ambos hayan sido sometidos a la aplicación del “fascismómetro”:

Los grupos dominantes atemorizados en el pasado por el espectro de la revolución popular, habían podido simpatizar con el fascismo en ascenso, pero no estaban dispuestos a complicarse en su ruina ya evidentemente próxima, ni a intentar una limitación tardía, destinada a ser poco apreciada por nuestros tradicionales interlocutores en el plano internacional. El mismo año 1944, que vio la punta extrema de la restauración, asistió también al espectáculo nuevo de un jefe conservador ortodoxamente oligárquico y fraudulento procesado junto con oscuros militantes comunistas, por acciones conspirativas realizadas en común. (Halperín Donghi, 1995, p. 115).

Por razones vinculadas con sus prácticas en los años venideros, a nadie extraña que el caso de Perón presente investigaciones más exhaustivas.

El trabajo de Silvia Mercado (2015) es prueba de ello. Recoge que Perón no encontró nada moralmente repugnante en la Alemania nazi o en la Italia fascista a lo largo del viaje que comenzó unos meses antes de que empezara la Segunda Guerra Mundial, cumpliendo tareas como parte de un equipo de oficiales de Inteligencia del Ejército, y que terminó dos años después, cuando Alemania parecía invencible.

Es sabido que Perón mismo gestionó su inclusión en el grupo de oficiales que se repartieron por Europa y que pidió que lo destinaran a Italia partiendo el 17 de febrero de 1939. No fue como turista –diría- sino a aprender sobre el fenómeno social, algo que pulió en cursos sobre organización y economía política (Gambini y Kocik. 2019, p. 29), así vio el despliegue en materia de propaganda que realizaba Benito Mussolini, imitando a su vez el realizado por el Tercer Reich, destinando fabulosas partidas presupuestarias para controlar la opinión pública, manejar los medios de comunicación, producir películas que reproducían la ideología oficial y montar grandes escenas callejeras que facilitaran la adoración del pueblo movilizado con recursos del Estado y la preeminencia de sus liderazgos por sobre cualquier otro dirigente, eliminando a simple vista cualquier sistema institucional o consensuado de sucesión. Y se sabe que en enero de 1941 volvió, previo paso por el sur de Francia y Madrid, donde se conmovió por la destrucción que dejó en España la guerra Civil. Los antifascistas argentinos estaban convencidos de que Madrid era en ese momento el “corazón del mundo”. Binns (2012) dirá que:

Compartían con los españoles, no cabe duda, la experiencia de la Gran Depresión pero estaban convencidos de que esta guerra era el preludio o el comienzo de una nueva guerra mundial, la batalla contra el fascismo y, sobre todo para los exiliados alemanes e italianos, de que su participación era la mejor manera de responder al apoyo prestado a los nacionalistas por Hitler y Mussolini. (p. 17).

Gambini y Kocik (2019) señalan que Perón:

(…) aprendió un lema que venía de Alemania: “Primero la patria”. Pueblo y ejército debían marchar unidos. Perón entonó los cancioneros militares fascistas. Adoró la polenta, plato popular italiano.

Aprendió que la propaganda es más fuerte que la verdad, y que un mito se construye desde el poder (…). Mussolini había sido socialista antes de crear el fascismo, una tercera posición frente al capitalismo y el socialismo (…).

“¡Pensar que llegué a Italia como observador y no pude evitar tomar partido al poco tiempo!” (…).

En cualquier caso, el fascismo lo fascinó. Vio un movimiento obrero organizado y un personaje histriónico convertido en líder de la patria (…). Para él, el fascismo era la patria italiana, como luego el peronismo la nación argentina. (pp. 29-30).

Pragmático hasta el punto de parecer un hombre carente de valores, cuando fue Presidente mandó al canciller a votar contra de la resolución de las Naciones Unidas que promovía la creación del Estado de Israel, pero fue el primero en reconocer al gobierno, cuando finalmente se instaló en mayo de 1948.

Como anticipábamos, distinto es el abordaje sobre el general Perlinger. Tal es así que hasta podemos encontrar algunos errores en textos clásicos al referirse a su persona, por ejemplo Felix Luna (1971) lo llama “El general Enrique Perlinger” (p. 146),  aunque no se observan confusiones en cuanto a los elencos que se conformaron: “Enemigo personal de Perón. Como otros jefes del GOU y revolucionarios de la primera hora, entre ellos los generales Peluffo, Perlinger y Gilbert, y el coronel González” (Luna, 1971, p. 271).

Desde lejos observaban:

Los norteamericanos no vacilaban en pronunciarse contra lo que ellos denominaban el fascismo argentino, encarnado en el gobierno militar. Contrariamente a lo pensado, estas críticas aumentaban la popularidad de Farrel y Perón en los sectores obreros pero polarizaban las disensiones en el gabinete, en el cual se advertían dos facciones antagónicas, encabezadas por Perón y por el general Perlinger, ministro del Interior. (Protto. 1987, p. 34).

Bisso (2007) al respecto explica “Un antifascismo periférico como el argentino, se ha construido -principalmente- desde otras prácticas concretas, diferentes de las que la epopeya antifascista estableció como discurso de combate y divulgó desde una imagen internacionalizada del fenómeno” (p. 2).

Una descripción del accionar político del general Perlinger la da Joseph Page (1999) al expresar que:

(…) el general Luis Perlinger, un reconocido admirador del nazismo, encabezó el ministerio del Interior. El régimen suspendió la publicación de varios periódicos judíos y con ello provocó los reproches de Roosevelt. En las semanas siguientes el sistema educacional fue conmovido por una serie de medidas restrictivas que culminaron en un decreto que implantaba la enseñanza de religión en las escuelas públicas. Mientras tanto, Perlinger reprimiría a comunistas y liberales a la par. El 31 de diciembre todos los partidos políticos fueron proscriptos y el régimen agudizó su control sobre los medios de comunicación. (p. 77).

Con relación a ello, Montenegro (2002, p. 159) recupera que:

Con razón o sin ella, las autoridades de los países conservadores interpretan el antifascismo como una careta tras la cual el comunismo vernáculo radiado de la legalidad política se mueve y actúa en beneficio de sus propias actividades dentro del país. (Galicia, 22 de agosto de 1937).

La periodista Patricia Perrota (2010) describe esta situación con mayor detalle:

El 7 de junio Ramírez asumió la presidencia y el gobierno de facto tomó el poder asegurando que le devolvería al país una auténtica democracia. Al día siguiente de producido el movimiento revolucionario, los lectores del diario socialista La Vanguardia esperaron expectantes el ejemplar de la fecha pero el correo no lo distribuyó.

La advertencia del flamante gobierno había sido por demás precisa: los medios periodísticos debían publicar estrictamente las informaciones oficiales sobre el golpe. Los que no lo entendieron así como La Hora, cuyo director , el doctor Emilio Troise estuvo a punto de ser fusilado, y El Diario de Paraná terminaron clausurados, suspendidos como Los Andes de Mendoza, o cerrados como Argentina Libre, cuyo director consideró conveniente asilarse en la embajada del Uruguay, al igual que Raúl Damonte Taborda, director del popular Crítica. La Dirección de Correos publicó una larga lista de ciento nueve publicaciones nacionales y setenta y nueve extranjeras cuya circulación quedaba prohibida. (p. 6).

En una entrevista realizada el 28 de julio de 1993 a Rogelio García Lupo por Fabián Brown (1994), al preguntarle sobre la relación entre la Alianza Libertadora Nacional[4] y el Arma de Caballería, dijo que no existía tal cosa, pero que “sí tenía influencia sobre algunos viejos generales que habían quedado de la experiencia de la Revolución del 4 de junio de 1943 que estaban enemistados con Perón por cuestiones personales y no ideológicas como el viejo Perlinger.

Perlinger, tampoco era en sentido estricto un nacionalista católico los unía el odio a Perón y se había producido esta especie de cápsula de nacionalistas que era influyente en el comando de la Fuerza Aérea sobre todo cuando el comodoro Agustín de la Vega era jefe de la Escuela de Aviación de Córdoba” (p. 172).

Prueba de que esta enemistad no existió desde siempre nos la presenta el relato en el que Besoky (2018) nos dice que:

Además de la ALN existían otras figuras dentro del peronismo que compartían el discurso profascista y antisemita y que contaron con el apoyo de Perón, por lo menos en sus primeros años.

Este fue el caso del ministro del interior general Luis Perlinger, del jefe de Policía Federal, General Juan F. Velazco, el director de la Biblioteca Nacional Gustavo Adolfo Martínez Zuviría y el director del Departamento de Migraciones, Dr. Santiago Peralta, todos provenientes de la administración Farrell y finalmente desplazados, a excepción de Zuviría, por Perón en 1947. (p. 6).

El camino que resultó con el general Perlinger en el Ministerio del Interior podría decirse que comenzó involuntariamente por obra de Cordell Hull, el Secretario de Estado de Estados Unidos. El almirante Storni era por aquel entonces el Ministro de Relaciones Exteriores, y lo caracterizaba, entre otras cosas, el ser considerado un nacionalista y que era uno de los pocos que simpatizaba con los Estados Unidos en cuando a las posturas de la Segunda Guerra (aliadófilo) y arengaba el ingreso de la Argentina en la contienda. El norteamericano hizo pública una carta que Storni le escribió sobre esos particulares, para ganar espacio sobre los “neutralistas” a mediados de 1943. El sentimiento antinorteamericano, lejos de menguar, se potenció. Consecuencia: renuncia un “aliadófilo” (Storni) y entra un “neutralista” (el coronel Alberto Gilbert) que ocupaba el puesto de Ministro del Interior, quedando este vacante. Ramírez miró la nómina, y convocó al General Perlinger.

Claro que esta designación no era azarosa, arbitraria, ni mucho menos aislada. Ramírez estratégicamente había logrado sostener a referentes con orientaciones liberales, pero luego del ascenso de Perlinger cedió ante las presiones. Entre los nuevos ministros podemos destacar al de Educación, encarnado por Gustavo Martínez Zuviría, largamente tildado de filonazi en base muchas veces a sus obras escritas bajo el pseudónimo de Hugo Wast. Cabe destacar que también existieron quienes intentaron “limpiar” su nombre de tales acusaciones, como Inés Futten de Casagne cuando dijo que “Hugo Wast no profesaba enemistad hacia los judíos ―como sus detractores señalan― porque esto es inaceptable para un católico (...) Tampoco era “nazi” porque El Kahal–Oro fue prohibido en la Alemania nacionalsocialista” (AICA, 2010, párr. 20).

La aplicación del término filonazi o filofascista no era ni nuevo ni extraño en la Argentina. Así encontramos por ejemplo una nota en Nuevo Orden fechada el 30 de julio de 1941 en la que se observan definiciones:

Uso el término de filofascismo para designar cierta posición ideológica que se confunde habitualmente con el nacionalismo, pero que no es tal y puede llegar a ser lo opuesto. No quiero significar con ello que el nacionalismo auténtico adopte, o deba adoptar, una posición hostil con respecto a las revoluciones de Europa. Creo, por el contrario, que debe contemplarse con simpatía, estudiar su significación y reconocer la comunidad de intereses que nos unen al triunfo del Eje en la empresa de destruir a la plutocracia anglosajona. De hecho, la mayoría de los nacionalistas somos, en mayor o menor grado, filofascistas. Pero no es esto, sino el nacionalismo lo que nos define, de tal modo que podemos entendernos, en cuestiones que atañen a la patria, con muchos otros argentinos situados en distinta posición frente a los acontecimientos internacionales.

Porque el nacionalismo argentino y el filofascismo ideológico, aunque suelen encontrarse reunidos en la misma persona, son cosas distintas. Se puede ser nacionalista sin ser filofascista. Y se puede ser filofascista ––y esto es lo que más confunde y lo que más perturba nuestra acción–– sin tener ni siquiera la idea de lo que el nacionalismo  significa.

Muchos, en efecto, que se titulan nacionalistas, por el hecho de simpatizar con ciertos aspectos de los regímenes totalitarios, no son tales, sino los mismos oligarcas del Régimen, que ven en la armazón autoritaria del fascismo un medio a preservar los intereses antinacionales que se acostumbraron a servir durante su vida política anterior.

De estos convertidos, que se pretenden regenerados en el Jordán de la ideología, hay varios ejemplos notorios. Son filofascistas, sin duda; pero su conducta los denuncia como enemigos del nacionalismo y de la Nación (Halperín Donghi, 2004, p. 422).

Bonifacio del Carril (2005), designado por Perlinger como Subsecretario del Interior, destaca el ingreso de otros funcionarios vinculados con el nacionalismo católico-hispanista a las filas del gobierno, como Alberto Baldrich, José Ignacio Olmedo, Jordán Bruno Genta, Salvador Dana Montaño, Tomás D. Casares, Santiago de Estrada, Lisandro Novillo Saravia, Alfredo L. Labougle y Juan R. Sepich. Todos ellos sólo en el ámbito de la educación.

La postura de Ramírez sobre el particular no permitía segundas miradas. A mediados de octubre del 43 se hizo pública una Declaración sobre democracia efectiva y solidaridad latinoamericana, firmada por más de 150 docentes, investigadores, políticos y personalidades en general que, con la figura de Bernardo Houssay a la cabeza, pedían elecciones y manifestarse en contra del eje. Todos aquellos firmantes que eran empleados estatales fueron cesanteados.

                La Tragedia de San Juan. La evidenciación de las diferencias irreconciliables.

Rápidamente, las posturas. Por un lado, el presidente Ramírez, secundado por Luis C. Perlinger, Enrique P. González y Emilio Ramírez (intentaban, entre otras cosas, desplazar a Farrell y colocar en ese espacio a Anaya). Por el otro, el coronel Perón y el General Farrell (quien accedió a la vicepresidencia tras la muerte de Sabá Sueyro, a pesar de la resistencia de Ramírez). ¿La principal excusa para el enfrentamiento? La postura ante la Segunda Guerra Mundial. Dice Halperín Donghi (2008) sobre los cambios en las posturas:

Ese objetivo pareció aún más alcanzable desde que se hizo evidente que el tardío acercamiento del régimen militar a las potencias vencedoras no le estaba asegurando una acogida calurosa por parte de estas. Eliminó toda duda sobre este punto la actitud del embajador de los Estados Unidos, Spruille Braden, cuyas cada vez más estrepitosas expresiones de hostilidad hacia el gobierno frente al cual representaba al suyo invitaban a concluir que la potencia a la que su reciente y abrumadora victoria militar había asegurado una hegemonía más marcada que nunca en el pasado sobre las restantes del Nuevo Mundo estaba decidida a impedir por todos los medios a su alcance que el influjo político de los responsables de ese experimento superase indemne la prueba de la inminente restauración de las instituciones representativas en la Argentina. (p. 145).

De fondo, el ruido era aún mayor.

Podría decirse que el punto de partida del camino que finalizará con la imposición de la facción peronista por sobre la perlingerista lo podemos encontrar en el terremoto de San Juan del 15 de enero de 1944 (véase figura n°2).

Al día siguiente de la tragedia, el coronel Perón se dirigió al país en dos oportunidades utilizando la Red Argentina de Radiodifusión.

La primera vez fue a las 13:30 h., y en este contacto podemos encontrar varias referencias a lo rápido en que el gobierno ha organizado el socorro, pero se limita a nombrar a los cargos o las secretarías y ministerios que se ocupan de tal o cual actividad, evitando los nombres propios. También se puede observar que coloca a la Secretaría que él dirige como centro de operaciones para las distintas personas y organizaciones que quieran acompañar esta “patriada”:

En la Secretaría de Trabajo y Previsión a mi cargo están abiertas las puertas para recibir a quienes de una u otra forma quieran hacerse presentes en esta cruzada del dolor argentino.

La Secretaría de Trabajo y Previsión convoca para el día lunes a todas las personas, dirigentes o representantes de la banca, del trabajo, de la industria, del comercio, de las grandes entidades deportivas y culturales, del teatro, del cine y de cualquier otra representación para formar la comisión de una gran colecta en beneficio de los damnificados del terremoto de San Juan (Red Argentina de Radiodifusión, 16 de enero de 1944).

Más adelante, en ese mismo discurso, refuerza el accionar de Farrell: “El Ministro de Guerra desde que tuvo noticias de los resultados de esos movimientos sísmicos, se constituyó en una totalidad, desde el Ministro hasta el último funcionario como un puesto de combate”. A Perlinger lo pone en la escena, pero cumpliendo roles vinculados con la logística: “Hoy al amanecer desde el campo de Palomar salían los aviones militares conduciendo al Ministro del Interior (…) transportando sueros, vacunas, sangre, plasma, etc. Y deben llegar a San Juan al mediodía”.

Esta invitación a la solidaridad la hace demostrando predicar con el ejemplo: “En la Secretaría de Trabajo y Previsión todo el personal ha donado sus viáticos al efecto”.

Sólo siete horas después vuelve a ponerse en contacto con los radioescuchas. El tomo cambia. Pone nombre, apellido y cargo a cada una de las acciones y responsabilidades. Comienza levantando la figura su Secretaría: “Estamos en presencia evidente de un drama doloroso para toda la Nación que conmueve (…) como lo atestigua la acción de solidaridad desarrollada hasta el momento y los centenares de ofrecimientos que se han concentrado en la Secretaría de Trabajo y Previsión”, y luego fortalece a Ramírez: “San Juan será reconstruida, me ha dicho el Excmo, Señor Presidente, General Ramírez, y se, que si él lo dice, puede estar seguro el país que no quedará defraudado”. Pero en lo que a este trabajo concierne, la atención de este discurso está puesta sobre lo que comunica a la opinión pública sobre Perlinger:

Ahora las dos últimas informaciones llegadas. El Ministro del Interior, General Luis C. Perlinger, que se encuentra en San Juan dirigió el siguiente despacho al Excmo. Señor Presidente: “Informo a Vuestra Excelencia que me encuentro en San Juan. La situación, en lo que he podido comprobar, en síntesis es la siguiente: Población, tranquila y resignada. El número de muertos no se puede estimar, pues falta hacer remoción de escombros, hasta ahora se han comprobado 500 muertos, 900 heridos graves, 4000 heridos leves.

Edificación. De una manera general aprecio que el total de la edificación ha resultado inhabitable en la ciudad de San Juan. Se han impartido instrucciones y se trabaja con toda intensidad: a) para evitar epidemias; b) organizar el abastecimiento de la población; c) asistencia médica de heridos habiéndose desplazado hacia Mendoza el centro de gravedad de este servicio. Me permito destacar la actividad y empeño puesto en evidencia por las autoridades locales, Ejército Nacional y población para salvar los graves problemas que se presentan. Salúdalo a V. E. con distinguida consideración (Red Argentina de Radiodifusión, 16 de enero de 1944).

Este mismo reporte detalla más adelante lo enviado por gestión de Perón: “Por mi parte como Jefe de la Secretaría del Ministerio de Guerra envié el siguiente telegrama al Señor Ministro del Interior, General de Brigada Luis C. Perlinger, comunicando los envíos efectuados”. Detalla todo lo que se dirige a San Juan desde Buenos Aires, San Luis, La Rioja, Mendoza y Paraná; y cierra el mismo con una petición que suena a reproche o a demostración de quién está gestionando y quién no: “Ruego a V. E. quiera informar suscripto que otras necesidades aprecia, a fin de seguir adoptando medidas. Espero su respuesta urgente”.

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Figura n°2. Oficiales del gobierno en San Juan, enero de 1944. Adelante, de izquierda a derecha, al lado del hombre de civil, el ministro del Interior Perlinger, el presidente Ramírez, el ministro de Finanzas Ameghino (en traje), el interventor Sosa Molina y el ministro de Obras Públicas Pistarini. Fuente: Archivo General de la Nación.

Perlinger envía informes, Perón envía soluciones y pide mayor claridad en los informes para poder ayudar más eficientemente. “Los pobres no han faltado, como nunca faltan”, destacó Perón. “Ellos, los que no tienen nada para ofrecer, ofrecen marchar a San Juan para trabajar en la remoción de los escombros”. Los relatos de las donaciones de los pobres dominaban la cobertura de los medios: un hombre lesionado donó sus muletas, una mujer donó su rosario de plata, un lustrabotas de 73 años que trabajaba frente al Ministerio de Guerra ofreció veinte pesos, lo que había ganado en una semana. Los asociados a muchos sindicatos donaron un día o más de sus jornales. Muchas comunidades hicieron donaciones colectivas, como el barrio porteño de San Telmo, que donó quince camiones de mercadería (Healey, 2012, p. 87).

Mark Healey (2012) afirma que éste acontecimiento movió la balanza en favor de Perón:

La respuesta a la tragedia de San Juan subrayó las diferencias de enfoque político entre Ramírez y Perón, que le dieron a este último la posibilidad de imponerse. Durante las semanas siguientes al terremoto, lo que Ramírez ofreció fueron llamados autoritarios al arrepentimiento. Su breve visita a San Juan estuvo marcada por la formalidad y la distancia; sus consejeros evocaron la imagen de un severo comandante presidiendo por sobre “un mar de cabezas bajas y humildes”. Perón, por el contrario, se movió hacia el pueblo, bajando a las calles en persona a recolectar donaciones para las víctimas y a saludar a los refugiados (…). Ramírez fue a San Juan, pero entendió muy poco de lo que vio. Perón se quedó en Buenos Aires, pero captó claramente lo que estaba en juego en el interior del país. (p. 92).

El intento de Ramírez, Perlinger y compañía por ostentar el título de “héroe de San Juan” se produjo, principalmente, por la obra pública y su utilización simbólica. Ejemplo de ello lo encontramos en construcciones que, si bien se realizan con los fondos que logra recaudar la Secretaría de Trabajo y Previsión, los capitaliza la facción de Perlinger:

El gobierno nacional participa y se van construyendo en los distintos puntos de la ciudad y alrededores los llamados "Barrios de emergencia”. Ejemplo de algunos son: Dr. Cumplido, Capitán Lazo, Enfermera Medina, Ramírez, Perlinger, Mecánico Mella, etc., etc., casillas cuyo armazón es de madera, paredes interiores de igual material, exteriores de ondalit, techo de fibrocemento, y zócalos de ladrillos o adobes; todos los cuales fueron construidos con fondos de la colecta en favor de San Juan, terminándose más de 1.500. (Zamorano, 1957, p. 39).

De manera para muchos inesperada, este proceso marcaría el camino favorable para el advenimiento de Farrell a la Presidencia:

A comienzos de 1944 el gobierno de Ramírez, ante una maniobra extorsiva angloamericana (que combina la amenaza de revelar los pocos claros manejos de ese gobierno en relación con Alemania con otra apenas velada de acción militar) rompe relaciones con lo que resta del Eje. La indignación de la corriente neutralista es utilizada para provocar el alejamiento primero provisional y luego definitivo de Ramírez; lo reemplaza Farrell, y tras de él se acentúa el influjo de Perón. (Halperín Donghi. 1995, p. 113).

Vale destacar que estos distanciamientos no se produjeron en todos los aspectos ya que muchos de sus objetivos eran compartidos. Ejemplo de ello es el Decreto Nacional N°10302/944 del 24 de abril de 1944, que ambos firman destacando y ponderando que el Escudo, la Bandera y el Himno son símbolos de la soberanía de la Nación y de la majestad de su historia, en el que se definen, por ejemplo, la estética del sol de la bandera, la banda presidencial y la reglamentación de los usos y arquetipos de los emblemas.

Comienzan las definiciones

Como se ha dicho, el puesto del Ministro de Guerra era altamente codiciado por sus acciones presentes, pero aún más por las acciones que se esperaba que cubra a futuro. El 26 de febrero del 44, Farrell debe cubrir ese cargo. La mochila era pesada. El costo político de la decisión podía desbalancear las tensiones internas. No pocos preferían a Sanguinetti sobre Perón, basados en buena medida en que su antigüedad en el grado de coronel no era suficiente (dos años y dos meses). ¿La solución? Perón es nombrado como ministro interino de Guerra[5]. Pero esa posición no estaba asegurada, aunque el derrocamiento de Ramírez eliminó del poder a una de las facciones, también es cierto que inició un nuevo capítulo en la lucha interna con Perlinger que, aunque no había participado en la revolución de junio, estaba conquistando ahora el apoyo de los antiguos dirigentes del GOU, como los coroneles Julio Lagos y Arturo Saavedra, el teniente coronel Eizaguirre y el mayor Bengoa[6].

Dice Joseph Page (1999), en relación al enfrentamiento con Perón y a la mirada siempre atenta del gobierno norteamericano, lo que sucedió tras asumir el coronel como Ministro de Guerra: “Perón ahora podía desviar su atención hacia Perlinger y la fracción pro-Eje que lo apoyaba. La subsiguiente lucha por el poder fue seguida de cerca por el servicio secreto de Estados Unidos en Buenos Aires” (p. 82).

Gambini y Kocik (2019) señalan que

Perón se mostraba flexible frente a los vientos de la política interna y externa. Tenía relaciones con los nazis, pero demostró estar preparado para una ruptura diplomática con el Eje que aliviara la presión de los Estados Unidos, explicada ante los alemanes como meramente formal (…). Incluso preservó parte de la organización nazi en beneficio propio, útil en campos como el desarrollo bélico, mientras el país se ubicaba formalmente dentro de la órbita de los Estados Unidos, algo que el político antifascista Raúl Damonte Taborda denunció como una hábil estrategia o una pantalla. (p. 45).

Halperín Donghi (1995) señala que al cerrarse 1944 Estados Unidos:

(…) trataba entonces de insertarse en la realidad nacional e internacional mediante la democratización del régimen y su alineación al lado de las Naciones Unidas (…).

La decisión de emprenderla correspondió, en primer término, al coronel Perón, que en la etapa anterior había acaudillado a los grupos más decididamente neutralistas del Ejército y gracias a ello había conservado su ascendiente. El tinglado del nuevo orden clerical-fascista fue desarmado con sobria seguridad y muy escaso trabajo; los partidos políticos volvieron a conocer halagos de las esferas gubernativas: a un año de comenzada la Argentina nueva, el coronel Perón gustaba de admitir públicamente que la Argentina seguía siendo la de siempre, que en ella sólo cabían políticamente conservadores y radicales, este reconocimiento era, muy evidentemente, una propuesta de unir fuerzas con alguno de esos partidos para asegurar la sucesión constitucional del movimiento revolucionario. Mientras éste enderezaba así su política interna y desmantelaba la máquina de conquista de la enseñanza pública devolviendo la autonomía a las universidades, corregía también su política internacional, declarando la guerra a Alemania y Japón (pp. 115-116).

Un informe sobre los antecedentes del conflicto, de fecha 2 de marzo, preparado por la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS, que fue la predecesora de la CIA) describiría a Perlinger como un sujeto de ‘antiguas y profundas ideas pro-nazis’, “en estrecho contacto con la embajada alemana y que, en una época, había tenido una deuda con un banco alemán en Buenos Aires. Perón era percibido, por el contrario, como el miembro más hábil del nuevo gabinete, sin gran cultura pero con una personalidad afable, con aptitudes para tomar decisiones y con capacidad para la violencia” (Page. 1999, p. 82). Así, según este mismo autor ambas figuras se perfilaban con igual, o hasta en algunos sentidos con mayor, poder que el presidente. “La patética figura de Farrell rápidamente fue presa de las burlas de los porteños”. Un informe del agregado militar norteamericano en Buenos Aires incluía  un rumor que circulaba por el mes de abril:

Farrell tiene miedo de que los nacionalistas o Perlinger traten de matarlo. Teme a Perón pero no puede arreglárselas sin él. Ha descubierto que ser presidente le quita tiempo para las actividades que él más disfruta: ir a los clubes nocturnos y las peleas. Le gustaría volver a ser ministro o simplemente general.

Las confrontaciones decisivas entre Perón y Perlinger se produjeron a comienzos del mes de julio de 1944, cuando una asamblea de oficiales del ejército debió resolver quién ocuparía el cargo vacante de vicepresidente. Perón ganó por un estrecho margen de seis votos. Con la ayuda del almirante Alberto Teisaire, nuevo secretario de Marina y un aliado fiel, Perón de inmediato exigió –y recibió- la renuncia de Perlinger. Teisaire lo reemplazó y con ello el control de Perón sobre los hombres de armas llegaba a su apogeo. (Page, 1999, p. 83).

Dos visiones en cuanto a la relación entre las Fuerzas Armadas fueron enfrentadas. Aquello que comenzó en el GOU, había cobrado nuevas formas, y debía de llegar a una resolución, en el peor de los casos al menos provisoria. Existen quienes llegan a hablar del “grupo Perlinger”. Sea esto cierto o no, existió un sector del Ejército que se alineó tras su línea, mal no sea como agrupamiento con poder suficiente como para plantar una resistencia ante el avance de Perón.

El 30 de noviembre del 43, la Logia San Martín (con copia al despacho de la Embajada de Estados Unidos) difunde un documento presentado por Perlinger:

El sentido de la revolución debe llegar cuanto antes a todos los órdenes sociales, políticos y económicos (…). El pueblo quiere tranquilidad y justicia. El aspecto político debe caracterizarse por una cuestión eminentemente argentinista. Ningún político –cualquiera fuera su filiación- será llamado a colaborar con el gobierno. Por la educación y acción enérgica debe quebrarse el régimen. La masa ciudadana debe ser disciplinada. Las mentalidades deben ser transformadas de manera tal que, en el futuro, sepan discernir y encontrar el camino de la verdad, y no sean engañadas por la palabra de los demagogos (…). No interesan, por ahora, los partidos políticos. Todos los habitantes deben ser orientados y conducidos en la misma forma, con la sola excepción de aquellos que intenten perturbar la acción del gobierno. A esos se los tratará como enemigos de la patria (…). Ninguna circunstancia impedirá que el comunista, cualquiera sea su situación, sea tratado como enemigo declarado de la patria.

No se desea escándalo. Sólo se desea depuración, reorganización y saneamiento y, por sobre todas las cosas, gobernar con visión futura. La visión futura debe ser dirigida hacia los objetivos ya señalados: soberanía nacional, bienestar del pueblo. En el orden económico debe llegarse a la depuración total del régimen. (Potash, 1981a, p. 323).

Dos elementos emergen del texto por un lado, para el antifascismo, la lucha por la educación era también considerada como central, y no dudaban en levantar esas banderas ni a sus referentes:

Los poetas y la poesía han tenido un papel importante en la Guerra Española, porque para mucha gente la lucha de los republicanos ha sido una lucha por las condiciones sin las cuales la escritura y la lectura de la poesía son casi imposibles en una sociedad moderna. (Spencer, 1939 cfr. Binns, 2012, p. 11).

Por otro lado, como señala Montenegro (2002):

La FOARE propugnaba una política de unidad antifascista basada en los dictados de la Internacional Comunista. Con frecuencia se presentaba como la única o la verdadera central de ayuda a la república española, lo que no podía sino provocar resquemores por parte de los demás. (…) La táctica del comunismo argentino frente a la guerra civil, en efecto, había sido acorde a la asumida por la Internacional Comunista en España: dar prioridad a la lucha antifascista sobre otros conflictos, bajo el lema de “primero ganar la guerra”. (p. 78).

No se observa una presentación de programas de gobierno y no se aboca a la búsqueda de apoyo para este régimen que pareciera no tener fecha de vencimiento.

Muy diferente es la lógica utilizada por Perón en la Inauguración de la Cátedra de Defensa Nacional de la Universidad de La Plata el 10 de junio del 44, donde entre otras cosas expresó:

Hoy (…) nuestra amada Patria vive horas de transformación y de prueba (…).

Las naciones del mundo pueden ser separadas en dos categorías: las satisfechas y las insatisfechas. Las primeras, todo lo poseen y nada necesitan, y sus pueblos tienen la felicidad asegurada, en mayor o menor grado. A las segundas, algo les falta para satisfacer sus necesidades: mercados donde colocar sus productos, materias primas que elaborar, sustancias alimenticias en cantidad suficiente; un papel político que jugar, en relación con su potencialidad, etc.

Nuestro país, es evidente, se encuentra entre las primeras (…).

Un país en lucha puede representarse por un arco con su correspondiente flecha, tendido al límite máximo que permite la resistencia de su cuerda y la elasticidad de su madero y apuntando hacia un solo objetivo: ganar la guerra.

Sus fuerzas armadas están representadas por la piedra o el metal que constituye la punta de la flecha; pero el resto de esta, la cuerda y el arco, son la nación toda, hasta la última expresión de su energía y poderío (…). Es también necesario que todas las inteligencias de la Nación, cada una en el aspecto que interesa a sus actividades, se esfuerce también en conocerla, estudiarla y comprenderla, como única forma de llegar a esa solución integral del problema que puede presentársenos (…).

El objetivo político es la necesidad o ambición de un bien, que un Estado tiende a mantener o conquistar, para su perfeccionamiento o engrandecimiento.

Los objetivos políticos de las naciones, son una consecuencia directa de la sensibilidad de los pueblos. Y debemos recordar que éstos tienen ese instinto seguro, que en la solución de los grandes problemas los orienta siempre hacia lo que más les conviene.

Los estadistas o gobernantes, únicamente los interpretan y los concretan en forma más o menos explícita y ajustada (…).

Queremos ser el pueblo más feliz de la Tierra, ya que la naturaleza se ha mostrado pródiga con nosotros (…).

(Las exigencias de la Defensa Nacional) sólo contribuyen al engrandecimiento de la Patria y a la felicidad de sus hijos (Argentina Histórica, 2008, párr. 8, 27, 33, 50-52, 59, 62-63, 70).

Encontramos, ahora sí, un programa (o al menos lineamientos básicos), una intencionalidad clara de sumar voluntades, incluyendo a todos en un proyecto nacional, en busca del engrandecimiento de la Patria, y al hablar de gobierno no hace referencia a que éste necesariamente debería ser un gobierno militar, dejando la puerta entreabierta a un nuevo abanico de posibilidades. Resulta lógico el encontrar tantos puntos distantes entre este discurso de Perón y las palabras publicadas en Hacia la Victoria por Victorio Codovilla en 1942, donde se destacan:

¿Cuál es el argentino que no desee fervientemente -en bien de su país, del desarrollo de su comercio exterior, de su progreso nacional y del bienestar de su pueblo- la derrota de los agresores fascistas, la paz y la creación de un orden internacional basado no en la esclavización de las naciones sino en el respeto de la libertad de los pueblos y en la ayuda mutua contra toda agresión futura? ¡Ninguno!

(…) los acuerdos suscritos entre la U.R.S.S., Inglaterra y los Estados Unidos ofrecen al pueblo argentino -como a todos los pueblos del continente- la manera eficaz de defenderse del bloqueo y de las agresiones del hitlerismo, de asegurar la exportación de sus productos -y de importar los que les sean necesarios-, de defender su libertad y la soberanía nacional. Y si se adhiere a aquellos acuerdos, le ofrecen el derecho, después del triunfo sobre los agresores fascistas, de participar en el establecimiento de la paz mundial (Halperín Donghi, 2004, p. 406).

Para ese entonces, el coronel Perón ya era considerado como el hombre fuerte del gobierno.

La lucha por la Vicepresidencia. El todo por el todo

A Perlinger le quedaría una última carta en la que confiar: la carrera por la vicepresidencia. A menos de un mes de la Conferencia de Perón en la UNLP, Perlinger precipitó los tiempos para que se realice la cobertura de ese cargo.

Galasso (2015) recupera los dichos de Arturo Jauretche sobre esta situación:

Según Gontrán de Güemes, Perlinger, junto con Poggi, Iñiguez, Llambí, Saavedra y Roca comienzan a interesarse para que el cargo de vicepresidente sea cubierto, lo que provoca la inmediata acción de Perón, quien “desplegó gran actividad en reuniones de oficiales y jefes”.

La inevitable reunión de los ex miembros del GOU se realiza para tratar la cuestión. “Al llegar la votación, el cónclave del coronel tenía motivos para alarmarse. Los amigos del general Perlinger habían emparejado los guarismos y hacían peligrar un triunfo que se había festejado con anterioridad. Casi al final, los amigos del futuro presidente llevaron una buena ofensiva y por virtud de ella lograron sobrepasar con seis sufragios la cifra del general Perlinger. Se había triunfado, pero (…) el general Perlinger había demostrado ser un competidor de quien se podía temer cualquier cosa”.

Con la carta ganadora de esa votación, Perón y Teissaire se entrevistan con Perlinger para exigirle la renuncia como ministro del Interior, decisión que este adopta el 6 de julio. Los diarios del día 7 anuncian que Perón asume como vicepresidente (véase figura n°3). (p. 220).

Perón aún insistía en que su accionar no era personalista ni una carrera hacia la presidencia. Patricia Perrota (2010) recupera que en una nota del Diario La Prensa del 27 de diciembre de 1944 se leía que:

Cuando una delegación de periodistas chilenos le preguntó si planeaba llegar a la presidencia, sin perder la tranquilidad dijo: “Si no hubiese otro remedio. En estas cosas soy de los que sostiene que no hay hombre que escape de su destino. Si el destino me fuerza… pero tendrán que pedírmelo; yo no voy a dar un solo paso. A los periodistas a quienes hemos prohijado y defendido, ya que la Secretaría de Trabajo y Previsión les ha dado su estatuto con el que están muy conformes, se les dio, verdaderamente, piedra libre. Pero esa piedra libre es siempre merced de una absoluta tolerancia que nosotros tendremos para con ustedes y que ustedes tendrán para con nosotros. Hasta ahora estoy muy conforme con lo que ha ocurrido; han tolerado muchas cosas y nosotros también les hemos tolerado muchas otras”. Pero la tolerancia se evaporó en los próximos meses. (pp. 10-11).

Perlinger no sólo había sido derrotado, sino que se sabía traicionado por importantes figuras de las Fuerzas que lo habían empujado a disputar ese cargo. Así lo recupera Galasso (2015): “Para derrotar a Perlinger en la votación, el coronel debió apelar seguramente a difíciles negociaciones con algunos generales. Así, el caso de Sanguinetti, quien el 10 de julio asume como interventor en la provincia de Buenos Aires, designación que sería la recompensa por haber tomado distancia de Perlinger” (p. 220). Pero esto no alejaba al nazi fascismo de la escena protagónica política ni mucho menos. En Memorias dispersas, el ya mencionado subsecretario del Interior Bonifacio del Carril (1984) afirma que cuando Sanguinetti fue nombrado interventor en la provincia de Buenos Aires él fue comisionado para ofrecerle el cargo:

El general me recibió en su casa muy amablemente. Antes de empezar a conversar me dijo: “Quiero que usted sepa que yo soy nazi. He sido condecorado por el III Reich”. (Me mostró la condecoración.) Creo que el nazismo es el mejor sistema político y lo único que podría salvar el mundo. Pero comprendo que, tal como van las cosas en la guerra, ya no se podrá implantar en la Argentina. Es una lástima. (p. 39).

Figura n°3. Perón asumiendo la vicepresidencia  en julio de 1944. De izq. a der. el vicepresidente Perón, el ministro del Interior Tessaire, el ministro de Agricultura Mason y  esposa, el ministro de Obras Públicas Pistarini y esposa. Fuente: Archivo General de la Nación.

 

Perlinger se alejó del plano político. El camino para Perón estaba allanado. Ahora, si bien accedió al cargo de Presidente, la lucha por el control del Ejército estaba lejos de estar ganada, y mucho menos terminada. Potash (1981b) señala que la orientación de los Generales en Servicio Activo en enero de 1946, con respecto a la candidatura a Presidente de Perón no se encontraba ferozmente desbalanceados[7], lo que se sostuvo durante los primeros años de su gobierno. Es por ello que más de diez años después, en la autoproclamada “Revolución Libertadora”, aún encontramos un sector residual de esta facción opositora.

Consideraciones finales

Con base en lo antedicho, podemos decir que en los años 1943-1944, las tensiones continuas entre el coronal Perón y el general Perlinger hacia el interior del ejército primero, y con su influencia en la vida civil poco después, personificaron fuertes expresiones de lo que era aquel fascismo argentino.

La Logia San Martín marcó un punto de inflexión en la relación entre el campo “limitado” de acción de las Fuerzas Armadas y su influencia en la sociedad civil. No resulta entonces extraño que estas discusiones que se habían instalado puertas adentro, con participación exclusiva de los militares, rápidamente hayan bañado a la totalidad de las Fuerzas.

El golpe del 43 no hizo más que precipitar las diferencias que se observaban cada vez con mayor frecuencia dentro de las Fuerzas, y luego hacia el interior del recientemente creado GOU. Perón se podía observar dentro de los fundadores. Perlinger no, pero el crecimiento de la logia fue tan rápido que eso no marcó una diferencia significativa. El nacionalismo y el distanciamiento de las Fuerzas Armadas del control de la sociedad civil parecían ser bases sólidas. Las distintas posturas ante el fascismo (unos con mayor simpatía con la línea italiana, los otros con la alemana) y sus prácticas, en breve, también. Control de los medios de comunicación, proscripción y persecución de partidos políticos, evidenciación de simpatías ante la Segunda Guerra, propaganda, reglamentación sobre el uso de símbolos patrios, modificaciones y limitaciones en el ejercicio de los planes de estudio, etc. Este fascismo argentino es identificado tanto por propios como por ajenos, ya que también los servicios norteamericanos lo reconocerán y diferenciarán sus fricciones internas.

Se podría decir que estas fricciones entre líneas internas de las Fuerzas se fueron definiendo en la medida en la que se disputaban los cargos de mayor jerarquía e influencia dentro del gobierno de facto. Allí primeramente todo parecía inclinarse hacia los allegados al general Perlinger, pero la actividad del coronel Perón en la Secretaría, y su oportuna gestión ante la tragedia de San Juan desbalancearon la ecuación en su favor. Los resultados de la puja por el puesto de Ministro de Guerra primero, y por el de la Vicepresidencia de la Nación inmediatamente después, terminaron de poner blanco sobre negro sobre la situación. Situación que allana el terreno para la salida de la vida política civil de uno, y marca el cauce hacia un protagonismo aún mayor en ese aspecto del otro. La vida política del país no sería la misma.

 Referencias                                                                                                                            

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[1] Tanto Uriburu como Justo se habían formado en el seno de una Escuela de Guerra con orientación evidentemente alemana (García Molina, 2010), aunque Justo era considerado más liberal, como sus aliados (los generales Tomaso y Márquez).

[2] Su gestión como Presidente se desarrolló desde el 27 de junio de 1942 hasta el golpe de Estado del 4 de junio de 1943.

[3] Vale señalar que consideramos llamativa esta omisión ya que en los años posteriores Tristán le dedicará una significativa parte de su obra  en La Vanguardia al desempeño de Juan D. Perón.

[4] Espacio donde militó, entre otros, junto con Carlos Burundarena, Juan Queraltó, Guillermo Patricio Kelly, Héctor Luis del Río, Jorge Ricardo Masetti, y brevemente a Rodolfo Walsh.

[5] Ganó la elección sobre Sanguinetti por 17 a 10.

[6] Cabe destacar que ambos fueron parte de los miembros fundadores del GOU y ahora se enfrentaban. Así rescata Potash (1984) a sus miembros: N°1 Tcnl. DOMINGO A. MERCANTE; N°2 Tcnl. SEVERO EIZAGUIRRE; N°3 My. RAUL O. PIZALES; N°4 My. LEON J. BENGOA; N°5 Cap. FRANCISCO FILIPPI; N°6 Tcnl. JUAN CARLOS MONTES; N°7 Tcnl. JULIO A. LAGOS; N°8 My. MARIO E. VILLAGRAN; N°9 My. FERNANDO GONZALEZ; N°10 Tte 1° EDUARDO ARIAS DUVAL; N°11 Tcnl. AGUSTIN DE LA VEGA; N°12 Tcnl. ARTURO SAAVEDRA; N°13 Tcnl. BERNARDO GUILLENTEGUY; N°14 Tcnl. HECTOR J. LADVOCAT; N°15 Tcnl. BERNARDO MENENDEZ; N°16 Tcnl. URBANO DE LA VEGA AGUIRRE; N°17 Tcnl. ENRIQUE P. GONZALEZ; N°18 Cnl. EMILIO RAMIREZ; N°19 Cnl. JUAN PERON (p. 76).

[7] Dentro de los Neutrales, se encontraban el Teniente General Carlos Von Der Becke; los Generales de División Diego Mason, Juan Carlos Bassi, Pablo Dávila y Estanislao López; y los Generales de Brigada Ricardo Miró, Alberto Guglielmone, Julio Checchi, Alfredo L. Podestá y Otto Helbling.

Dentro de los Opositores estaban los Generales de División Eduardo Lápez y Victor Majó; y los Generales de Brigada Jorge Manni, Baldomero de la Biedma, Santos Rossi, Luis Perlinger, Ernesto Florit, Manuel Savio, Elbio C. Anaya, Carlos Kelso, Raúl González, Moisés Rodrigo, Enrique Quiroga, Pedro Abadíe Acuña, Alfredo P. Escobar, Ernesto Trotz y Virginio Zucal.

Y como Peronistas se podían identificar a los Generales de División Juan Pistarini, Edelmiro Farrell y Juan Carlos Sanguinetti; y los Generales de Brigada Angel Solari, José Sosa Molina, Laureano Anaya, Aristóbulo Vargas Belmonte, Lorenzo Yódice, Pedro Jándula, Ramón Albariño, Felipe Urdapilleta, Francisco Sáenz, Ambrosio Vago, Isidro Martini, Juan F. Velazco y Leopoldo Peña (Potash, 1981b, pp. 24-26).

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