Antigua Matanza. Revista de Historia Regional
ISSN 2545-8701
Junta de Estudios Históricos de La Matanza
Universidad Nacional de La Matanza, Secretaría de Extensión Universitaria, San Justo, Argentina.
Disponible en: http://antigua.unlam.edu.ar
Batista, G. M. (junio de 2018). El procesamiento ideológico de la "otredad". La noción de "cultura". Antigua Matanza. Revista de Historia Regional, 2(3), 146-172.
El procesamiento ideológico de la "otredad". La noción de "cultura"
Guillermo Mario Batista[1]
Universidad Nacional de Lomas de Zamora, Facultad de Ciencias Sociales, Lomas de Zamora, Argentina
Fecha de recepción: 5 de noviembre de 2017
Fecha de aceptación y versión final: 18 de mayo de 2018
Resumen
Dos meses después del golpe de Estado llevado a cabo el 16 de setiembre del año 1955 por la autodenominada “Revolución Libertadora”, la asunción al gobierno del general Pedro E. Aramburu y del vicealmirante Isaac Rojas profundizó el enfrentamiento social, político y cultural entre el peronismo y el antiperonismo. Y, más allá del ejercicio de la violencia practicado por el aparato estatal sobre la militancia peronista en general, los golpistas iniciaron un trabajo de reeducación de las masas trabajadoras identificadas con dicho movimiento, convencidos que dicho sector social se sostuvo fiel al líder justicialista y a sus ideas políticas a causa del engaño.
En este trabajo, trataremos de demostrar de qué modo utilizaron el discurso tanto quienes presidieron el gobierno entre los años 1955 y 1958 como así también la intelectualidad afín a este con el objetivo de desmitificar una identidad construida y constituida durante una década de gobiernos peronistas.
Palabras claves: Identidad, cultura, antinomia, un otro
El procesamiento ideológico de la "otredad". La noción de "cultura"
Introducción
Nuestra investigación centró su objetivo en el análisis de una identidad peronista y tomará en cuenta su antinomia, el antiperonismo, sólo en la medida en que sea útil para ampliar, reforzarla e ilustrarla. En función de ello utilizamos un rescate y relectura de la memoria, como sustento del accionar colectivo de aquellos militantes y activistas, que participaron en diferentes etapas de La Resistencia; utilizaremos para ello el aporte de sus testimonios junto al soporte de la Historia Oral como herramienta de análisis de la palabra de aquellos resistentes.
La identidad, fue considerada en este estudio en el marco de un proceso de construcción y consolidación no sólo a medida que comenzaron a producirse las acciones de resistencia (prácticamente a partir de los primeros días posteriores al golpe de Estado del 16 de setiembre del año 1955), sino también a través de aquellos testimonios que nos permitieron poner en acto las vivencias de sus protagonistas durante todos aquellos años. Este sostenimiento de la identidad peronista, en contextos sumamente adversos, como así también (y de manera fundamental) su trascendencia a partir del exilio obligado del presidente justicialista, fue auscultada fundamentalmente durante la primera etapa de esta Resistencia, que abarcó los años 1955 a 1960 inclusive. Nos propusimos revisar entonces, a partir de estas claves: identidad – memoria – testimonios, la relación entre los sectores sociales identificados con el peronismo y su líder, Juan D. Perón; y a diferencia de otros estudios vinculados con el peronismo durante esta etapa, este trabajo nos permitió vincular la historia y el conocimiento que ésta produce con los afectos, empatía y cuestiones de valor, en torno a las cuestiones del sentimiento, la pasión, el sentido de pertenencia, la dignidad y el orgullo de ser peronista; conceptos que a nuestro juicio, al observarlos en este contexto, nos acercaron aún más a una historia contada “desde abajo”, con las fuentes testimoniales que nos guiaron en la búsqueda de una Historia silenciada, que rompa con su apropiación historiográfica por parte de la tradiciones oficiales, tanto de ella como de la memoria
El 17 de octubre del año 1945, los trabajadores identificados con Juan D. Perón, produjeron su punto de inflexión, al generar desde su experiencia histórica y social, una redefinición de su ideología y de su identidad en un momento de transición política, que les permitió a esas masas excluidas ser incorporadas a la vida política y social, y resignificar la marca de origen de la argentinidad.
Este planteo nos permitió contextualizar adecuadamente el desenvolvimiento de los sectores populares entre el Estado, el líder emergente, la sociedad y los sindicatos. De este modo pudimos explicar cómo de la lectura cultural de la cuestión social se pasó a la esfera política, a modo de discurso y práctica de la exclusión por parte de esta última, con las consiguientes divisiones que se profundizaron desde el campo popular (nos referimos a los sectores medios urbanos, que gradualmente se alejaron del nuevo movimiento político nacido en octubre del año 1945) y fue en ese momento que la unidad nacional pregonada lo será en tanto se estigmatice desde el opuesto y excluya a los sectores dominantes.
Juan D. Perón con su discurso globalizante y omnipresente, sintetizó la amalgama entre el colectivo singular, pueblo, y el plural, trabajadores; siendo aquél el mediador, y quien reinstaló el concepto de unidad nacional desde esta nueva perspectiva. La identidad ad hoc construida y resignificada en conjunto con la mayoría de las masas trabajadoras le permitió al peronismo producir un fortalecimiento en el campo sociopolítico desde lo ontológico, consolidando la continuidad histórica a las oposiciones. A estas últimas las observamos también, en la continuidad del discurso y del lenguaje peronista (en tanto habla popular), ya sea desde el propio Juan D. Perón como, fundamentalmente, en los testimonios de quienes participaron de esa etapa de La Resistencia elegida para nuestro trabajo entre los años 1955 y 1960; donde el lenguaje común de los resistentes convocó desde “el respeto por el sentimiento”, “la transformación humana”, “la dignidad del hombre”, “la felicidad del pueblo”, conceptos que se fueron gestando en el marco de un proceso colectivo.
Los hechos acontecidos en aquellos años de La Resistencia fueron entonces protagonizados tanto por trabajadores que vivieron la experiencia del justicialismo en el gobierno como por una nueva generación de aquellos que se incorporaron a ella desde la tradición oral, los símbolos, la historia de los hechos concretos, y un cúmulo de valores, como la lealtad, la dignidad y la solidaridad que consolidaron el orgullo de ser peronista y el sentido de pertenencia. Un nosotros solidario, pasional, emotivo y primario. Se resignificó una identidad, mediante un proceso de reconstrucción histórica, social y cultural, lo cual le permitió rescatarse desde un nosotros proveniente de una experiencia social concreta, y lo hizo como un sólido y mismo cuerpo que, a pesar de perder en el año 1955 a dos de sus partes vertebradoras (el Estado peronista y a su líder), continuó a la distancia buscando el reencuentro con este último.
El 16 de setiembre del año 1955, en una Argentina con sus instituciones republicanas en funcionamiento, con partidos políticos vigentes, (aún con situaciones que podrían aceptarse desde la oposición al gobierno de entonces, como restrictivas o inclusive autoritarias), la libertad y la ciudadanía gozaron de una presencia política, social e identitaria para grandes masas de la población en cada ámbito de la sociedad. Sin embargo, por parte de quienes produjeron el golpe institucional, se buscaron raíces en determinados hechos históricos a través de una retórica sustentada en lo fundante de la Nación, mediante un modelo legitimado a partir de la antinomia Civilización y Barbarie utilizada como fórmula que denunció la existencia de un Otro amenazante en la esfera social: un bárbaro ocupante proveniente de otro lugar.
Por lo tanto nos pareció apropiado además, analizar la visión de quienes como parte integrante de la clase dominante se proclamaron depositarios del Progreso y de la Civilización, definiendo un status que ellos consideraron como hereditario, y al convertirse en las familias patricias, obtuvieron un prestigio que detentaron de manera absoluta por ser los portadores de los valores fundantes de la nacionalidad, haciendo notar hacia el otro diferente la exclusión jerárquica: estigmatizándolo y revalorizando a un tiempo el nuevo orden establecido.
Las diferencias a partir del golpe de Estado se profundizaron ya que se expresaron además como variaciones culturales, es decir, quienes persistieron en afirmar su diversidad fueron percibidos como un peligro para una identidad colectiva que era garantía de la cohesión social, y vistos además como sujetos inferiores que aún no alcanzaron el mismo grado de civilización. Como podremos observar en la síntesis que realizamos de la Revista Sur de los meses de noviembre-diciembre del año 1955, una terminología que conllevó toda una carga simbólica, entre quienes por un lado, se han venido apropiando del relato memorial de la Historia nacional deviniéndola en oficial, como así también de los lugares de la memoria; y aquellos que plantearon el reapropiamiento del espacio público y del discurso histórico y político, intentando construir una nueva afirmación identitaria que conllevara otra conceptualización desde lo popular.
Marco teórico
Este trabajo forma parte de una investigación centrada en el análisis del concepto “identidad peronista” y toma en cuenta su antinomia, el “antiperonismo”, en la medida en que fue útil para ampliarla, reforzarla e ilustrarla. Esto nos permitió una visualización lo suficientemente abarcativa y flexible como para constituir una herramienta explicativa de un colectivo político tan proteico como el peronismo. Y es a partir de la antinomia consolidada el 16 de setiembre del año 1955, tras el golpe que derrotara al entonces presidente Juan D. Perón, que se trató de imponer un nuevo modo de vida que implicara borrar a dicho movimiento político fundamentalmente de la memoria de aquellos individuos identificados con él.
En efecto, es en el marco de este nuevo proceso político producido a partir del desplazamiento del general Eduardo L. Lonardi en el mes de noviembre de ese mismo año, y como consecuencia el surgimiento de una nueva conducción del gobierno militar, compuesta por el presidente general Pedro E. Aramburu y su vice, el Almirante Isaac F. Rojas, que observamos cómo a partir de allí se implementaron no solamente las políticas represivas, sino también desde otro ángulo los intentos reeducadores y moralizantes dirigidos al peronismo, tanto por parte de este binomio de gobernantes en el poder, como de los intelectuales y políticos opositores que los acompañaron. En este punto realizamos un análisis de la revista Sur publicada en el bimestre noviembre-diciembre del año 1955, referida en su totalidad a los años justicialistas y a la figura de Juan D. Perón.
Maristella Svampa (en coincidencia con Diana Quatrocchi-Woisson, 1998), nos permitió, por un lado, reactualizar el concepto antinomia desde un enfoque histórico, que tomó como base la fórmula sarmientina civilización o barbarie, a la cual definió como una unidad cultural con sus correspondientes variaciones y tensiones en los procesos sociales, y lo hizo en torno a la sujeción cultural impuesta por las clases dominantes.
En ese marco es que nos identificamos con su postura referida a los trabajadores enrolados en el peronismo, a quienes definió como poseedores de una identidad que les permitió producir “una ruptura en la historia sociopolítica argentina cuya importancia se verá confirmada por la influencia y la polarización que ejerció en la vida política argentina durante varios decenios, desde el gobierno o en el exilio”. (Svampa, 2006, p.269).
Mientras que Raymond Williams nos ayudó a trabajar el término «cultura» insertándolo en las relaciones sociales de la época estudiada y nos proporcionó, además, un análisis de los orígenes del término con su correspondiente marco histórico, en el que definió a aquellas relaciones de los trabajadores como “todo un modo de vida” (Williams, 1987, p.8). Y es en Marxismo y Literatura, donde, desde la perspectiva del análisis de esa ideología, discutió entre otros conceptos el de “cultura” con una aproximación teórica propia (Williams, 2009). Esto nos permitió comprender el concepto “sin comunidad de objetivo”, explicado en el contexto del surgimiento de las grandes ciudades –en el marco del sistema capitalista industrial–, que sumieron a hombres y mujeres (y a los trabajadores en particular) en una lucha por sobrevivir sustentada en el individualismo con objetivos de ganancia económica y vínculos dinerarios (Williams, 1987). Características que se opusieron a la construcción identitaria permanente mediante lazos solidarios de los sectores sociales identificados con el peronismo.
Este es un aporte que visualizamos en el planteo originario del peronismo en torno a los valores conculcados por los cuales también lucharon los trabajadores: el regreso a un mundo feliz y en el marco de una comunidad idealizada. Desde la perspectiva de la Sociología de la cultura, precisamente Mario Margulis, al trabajar con la identidad social, profundizó esas suposiciones al afirmar que la cultura le reconoció a partir de ese pronombre colectivo un lugar desde el cual los trabajadores “se fundan en los códigos compartidos, en las formas simbólicas que permiten apreciar, reconocer, clasificar, categorizar, nominar y diferenciar”.
Y al diferenciarse enfrentaron la existencia de un otro que retomó las riendas del poder político, económico y social, y estableció una nueva hegemonía, ya que “en toda sociedad conviven grupos diferenciados, cuyas identidades sociales se constituyen en torno a diversas variables que tienen que ver” no solamente con su cultura, sino también, y fundamentalmente, con “su historia, sus características étnicas, generacionales, de clase e, incluso, de género o de costumbres”.
Esto se observó claramente en los orígenes del peronismo, donde los trabajadores particularmente portaron estigmas excluyentes que se profundizaron y adquirieron un carácter dramático tras el golpe de Estado del 16 de setiembre del año 1955; de allí que tomamos el novedoso concepto “racialización de las relaciones de clase” por constatar que las manifestaciones de discriminación y rechazo estuvieron dirigidas a todos aquellos identificados con el peronismo[2].
La cultura política impuesta por la Revolución Libertadora y la construcción de la "otredad". Testimonios
La lectura de los discursos del general Pedro E. Aramburu y el almirante Isaac F. Rojas durante su primer año de gobierno (1955-1956) nos proporcionaron un alcance mucho más amplio acerca de nuestras hipótesis de trabajo vinculadas con la identidad. En efecto, de su lectura y análisis (principalmente de los del presidente del autodenominado gobierno provisional), se desprendió la construcción de un nosotros que se fue reapropiando de conceptos políticos, sociales y culturales que habían sido oportunamente resignificados desde el peronismo durante sus diez años de gobierno. Al construir ese nosotros, apareció un otro estigmatizado que abarcó e incluyó no solo a ese movimiento político y a su líder, sino que incorporó a todos aquellos trabajadores identificados con ambos. A partir de esta visualización, fueron conminados de diferentes maneras a abandonar el engaño, a tomar conciencia de una nueva era política y, por sobre todas las cosas, a aceptar la productividad en la economía argentina en aras de la paz social y el bienestar.
El general Pedro E. Aramburu apareció en esta coyuntura histórica refrendando –como no podía ser de otro modo– el rol de las Fuerzas Armadas a modo de depositaria del ideal de Patria, de su Historia, mediante una asimilación que tomó como punto de partida el concepto libertad a partir del eje Mayo–Caseros y, a modo de línea histórica, las antinomias: Urquiza–Rosas y Revolución Libertadora–Perón/ peronismo. A partir de este relato construido ad hoc, se reafirmó el nosotros inclusivo, definido como republicano y democrático, que luchó por la libertad, contra los tiranos corruptos y un pasado de barbarie; en este plano, poco importó la rigurosidad histórica de lo expuesto por este militar, ya que el objetivo era generar una imagen positiva de un nosotros que había recuperado el poder y negado de este modo una visión de un otro diferente que encarnó el peronismo.
Urquiza fue un auténtico soldado que repudió el despotismo y rindió culto al coraje civil y militar, fue implacable con los ladrones públicos. Sentía desprecio por la adulación y la lisonja y le repugnaban los serviles. Jamás sintió la sensualidad del gobierno, por lo cual se negó a ser reelecto. El tiránico régimen de hace poco más de un siglo fue reimplantado por el gobierno corruptor que depuso la Revolución Libertadora, ya que fueron los caracteres propios de ambos regímenes, produciendo ese despotismo demagógico en ambas tiranías. (Discursos del presidente provisional, 1956, p.89).
A partir de estas aseveraciones, el presidente del gobierno provisional hizo depositarias a las Fuerzas Armadas de ese mismo pasado y de los valores patrios, “ya que el amor a la Patria se opone a la política y a la ideología, impoluto y aséptico, no puede conducir sino a decisiones acertadas” (Discursos del presidente provisional, 1956, p. 89). En ese plano, la Patria en peligro y valores como la nacionalidad han sido salvados por la presencia oportuna de los libertadores, quienes, en palabras del presidente Pedro E. Aramburu, serán los que oportunamente otorguen las aperturas políticas necesarias.
Por tal razón no titubeo un instante en afirmar aquí, rodeado por tres regimientos que se confunden en su origen con los mismos orígenes de la argentinidad, que de la gesta libertadora ha de surgir la voluntad popular entronizada en el poder, sin influencias oficiales, sin presiones viciosas y sin predilecciones continuistas. (Discursos del presidente provisional, 1956, p.89).
Tanto en esta frase como en conceptos pronunciados en el contexto de un gobierno militar, constituyeron en sí mismos todo un símbolo de época (“regimientos que se confunden” con la misma “argentinidad”); y aparecieron a modo de advertencia hacia el otro negativo, que debió comprender las nuevas pautas políticas y olvidar el pasado de engaños. El siguiente párrafo del vicepresidente almirante Isaac F. Rojas resultó esclarecedor al respecto, ya que erigió a la institución Fuerzas Armadas como parte de un “gobierno revolucionario”, pero, a su vez, respaldada por una “ciudadanía democrática”:
De ahí también que este gobierno revolucionario no sea un gobierno de facto cualquiera, que llega al poder para obtener, recién ahora, el apoyo popular y crear, recién ahora, su ideario político, sino un verdadero órgano de la comunidad argentina, transitorio, sí, pero que ostenta con orgullo el título de estar respaldado por la ciudadanía democrática y basado en los mismos ideales y principios políticos sobre los que se apoya en el curso de su historia y que intentó destruir con dictaduras demagógicas y fraudulentas. (Discursos del presidente provisional, 1956, p.89).
En estas aseveraciones de claro contenido político, quedó ratificado que los orígenes de la Patria y la Nación son el fundamento de estas Fuerzas Armadas, las cuales, al impulsar la Revolución Libertadora, rescataron al país de la división, el odio, la demagogia y el fraude en el cual estuvo sumido por obra de la tiranía; construyendo de este modo una fraseología pedagógica, con el objetivo de una apropiación de la memoria y la historia. En este sentido, la utilización recurrente de la batalla en la que Juan M. de Rosas fue derrotado se convirtió en un paradigma que sostuvo los fundamentos del accionar político del nuevo gobierno:
El espíritu de Caseros restauró los valores morales dando jerarquía a la inteligencia, promoviendo las instituciones destinadas a la cultura del pueblo y al desarrollo de las ciencias, las letras y las artes, reaccionando contra los homenajes absurdos, la mentira erigida en conducta sistemática y la irreverencia hacia las más genuinas tradiciones de la argentinidad. Esa también es parte de nuestra labor, porque precisamente estamos alentados por el espíritu de Mayo y de Caseros. Después de Caseros el país no retrocedió ni miró el pasado sombrío; nadie añoró la época de la tiranía. Los hombres de la revolución, en análogas circunstancias, tampoco lo haremos. (Discursos del presidente provisional, 1956, p.89).
Como podemos observar, hay una utilización mítica de la historia al definir que “el espíritu de Caseros” supo guiar al golpismo. Una vez más, las Fuerzas Amadas fueron las restauradoras de la Argentinidad y recuperaron los homenajes hacia la representación simbólica del pasado, pero un pasado que fue espejo de la Revolución y no el de la tiranía rosista, y, a su vez, espejo del peronismo al cual no se vuelve.
En representación de una civilidad triunfante y de acuerdo con lo acontecido el 9 de junio del año 1956 –el levantamiento contra ese gobierno provisional encabezado por los generales Juan José Valle y Raúl Tanco–, se “barrió” al despotismo, sin concesiones:
Y las fuerzas armadas, que barrieron el despotismo con el arma decisiva de su fe democrática, volverán a sus tareas específicas con la satisfacción del deber cumplido para respetar a la civilidad triunfante de donde salen y donde viven los hombres de uniforme. (Discursos del presidente provisional, 1956, p.89).
Otro concepto que desarrolló el presidente del gobierno provisional estuvo relacionado con el de “ciudadanía democrática”, opuesto al de “ciudadanía social” –trabajado por el historiador Daniel James–. Desde esa mirada, esta conceptualización implicó la existencia de argentinos democráticos y otros que no lo eran, ya que el colectivo ciudadanía fue incorporado al nosotros de la Revolución Libertadora advirtiendo a todos aquellos que, a causa de su adhesión al régimen peronista, en palabras del gobierno del general Pedro E. Aramburu, se habían convertido en minorías tiránicas y despóticas.
Siguiendo con el análisis de estos discursos, el pronunciado el día 10 de junio de 1956 en la provincia de Santa Fe, también relacionado con la revolución encabezada por los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, dejó claramente establecida la oposición con el otro recientemente excluido, recluido bajo los términos “minoría”, “régimen” y “prebendas”.
No faltó en aquel año 1956 ni en los subsiguientes la alocución didáctica o pedagógica para con los trabajadores. Por ejemplo, en lo vinculado con la nueva política económica que iba a implementar el gobierno militar, el día 5 de febrero se anunció:
A mayor producción mayores ventajas", lo que dicho en otra forma es: "A mayor producción mayores ingresos para los patrones y mayores ingresos para los trabajadores". Mayores ingresos para los trabajadores suponen elevación del nivel de vida en el orden material y espiritual. Productividad es casi sinónimo de paz social. (Discursos del presidente provisional, 1956, p.100).
El último párrafo en ese sentido es altamente significativo al mencionar la “productividad” como “sinónimo de paz social”. De este modo, se dejó en claro la imposición de las nuevas pautas económicas y laborales para una mayoría de los trabajadores que ya daban muestras de resistencia al nuevo modelo político y social que encarnó el gobierno provisional a partir del mes de noviembre del año 1955. La frase que continúa es una manera de interpretar por parte del presidente provisional el significado que le dio la masa obrera identificada con el peronismo al concepto que recién transcribimos:
Para los trabajadores el término "productividad" suele ser sinónimo de "esclavitud" cuando debiera ser una verdadera herencia desgraciada. Esa diferencia que se traduce en productividad debe materializarse en mayor ganancia y esto es lo que la revolución denomina salario incentivado. (Discursos del presidente provisional, 1956, p.101).
A pesar de dejar establecido que sí existe una diferencia de significados para los trabajadores, no pudo obviar que “esclavitud” es el término con el cual se categorizó la productividad de un sector social consciente de no haber sido engañado en materia de derechos laborales y conquistas sociales. En la frase subsiguiente, a pesar de tener un discurso «contemporizador» para el conjunto de los trabajadores y dejar las críticas y amenazas para los denominados grupos minoritarios o sectarios, dejó traslucir una vez más la existencia de quienes, sin tomar conciencia solidaria, convocan a “ingenuos a trabajar con apatía” con el objetivo de obturar la consolidación de la democracia:
Como la voz de orden es producir, hay quienes, con un desconocimiento total de la idea, no solamente de patria, sino de prójimo, invitan a los ingenuos a trabajar con apatía. Con ello esperan perjudicar a un gobierno al cual le aplican los más injustos calificativos, con un solo y único objeto: recuperar sus egoístas y bastardas posiciones perdidas. No serán tales calificativos los que detendrán a la democracia. Somos firmes porque sabemos que con ello respetamos la tradición argentina y procedemos a volver a su cauce. (Discursos del presidente provisional, 1956, p.101).
Y a modo de corolario, el discurso aclaratorio sobre la frase que pronunció el general Eduardo Lonardi tras la caída del segundo gobierno de Juan D. Perón: “Ni vencedores ni vencidos”, tuvo como objetivo dejar claramente establecido que sí hubo quienes triunfaron en la Revolución de setiembre y quienes fueron derrotados.
Como complemento, estimo oportuno aclarar el verdadero sentido de la frase "No hay vencedores ni vencidos", que se está explotando para hacer aparecer al actual gobierno como cambiando el rumbo inicial de la revolución. No debe confundirse su significado, que es de paz y de concordia entre los argentinos, queriendo tomar esa frase al pie de letra como si éste no fuera un verdadero triunfo revolucionario, sino una pausa en el combate. (Discursos del presidente provisional, 1956, p.101).
Tras ese primer párrafo, su gobierno fue presentado como continuidad del anterior (el del general Eduardo Lonardi) en cuanto a la búsqueda de consenso social. Aunque una definición tajante se desgranó en el siguiente: “La Revolución Libertadora, que ha triunfado total y definitivamente”. Esta última declaración profundizó las ideas en torno al resurgimiento de posibles dictaduras: “No se equivoquen aquellos que conspiran contra la armonía y la recuperación nacional, pretenden confundir al pueblo para poder mantenerlo en el servilismo que necesitan las dictaduras”, ya que se estaba frente a enemigos y no frente a adversarios políticos: “Los que así procedieron, o procedan ahora, son enemigos del pueblo y los enemigos del pueblo argentino están derrotados definitivamente. Sobre ellos caerán las sanciones que corresponden”. (Discursos del presidente provisional, 1956, p.101).
Y estas aseveraciones coincidieron con las pronunciadas a tres meses del golpe cuando quedó establecida la diferencia y la antinomia entre “las más oscuras tiranías que azotaron a pueblo alguno”, violenta e ilegal, que violó “las tradiciones cristianas de nuestro pueblo” y una Revolución Libertadora que “procedió a devolver a la Nación sus más honrosas tradiciones”. (Discursos del presidente provisional, 1956, p.101).
Claramente un nosotros triunfante que negó, excluyó y desmitificó al otro depuesto y derrotado, personificado en las dictaduras y fraudes demagógicos de toda índole (políticos, sociales, culturales, económicos, discursivos). La continuidad del mito en la historia argentina quedó entonces reservado a la Revolución Libertadora, como quedó establecido en este discurso del vicepresidente almirante Isaac F. Rojas:
Uruguay se ha erigido para nosotros en el asilo del pensamiento republicano de América y en casa protectora para momentos de angustia durante las vicisitudes de la lucha política. Los argentinos supimos en 1849, como en 1951, de este hogar montevideano patriarcal, cuando la violencia había aniquilado ya las últimas fuerzas del espíritu de quienes se rebelaban a morir profanamente por apatía civil, ante el ultraje de valores que nos eran vitales. Fue así como hombres de la hora se cobijaron bajo este cielo, como en el siglo pasado lo hicieron aquellos otros que hoy veneramos en la síntesis significativa y llena de sugerencias involucradas en el título de proscriptos. (Discursos del presidente provisional, 1956, p.100).
En esta exposición se hizo referencia (una vez más) a la relación entre Juan M. de Rosas y Juan D. Perón y, en esta oportunidad, como “dueños” de una Patria que debió ser liberada y que obligaron, además, al exilio de los argentinos y no de sectores opositores únicamente. La caracterización del peronismo que realizó el historiador Tulio Halperín Donghi en su texto Argentina en el callejón (2006) coincidió con esa descripción al definir al peronismo como un régimen fascista, situándolo en un país maduro para esa ideología que marchó a contrapelo de la historia mundial.
El autor mencionó el inicio de una resistencia antifascista que convocó multitudes ante una clase obrera extensamente beneficiada por el gobierno que desde un Estado fascista quebró la conciencia de clase de los trabajadores (lo cual le valió “un cierto apoyo obrero”). Estos trabajadores, a partir de 1943, al ir transformándose en peronistas, gozarán de una “infinita inocencia”. Un pueblo peronista “escasamente feroz”, “carnavalesco” y “obsceno” que formó parte de una historia, la de su movimiento social, que nació como tentativa fascista y duró mientras pudo y se transformó en una oportunidad perdida para la Nación. Criticó, además, a quienes no supieron construir una sólida y creíble oposición al peronismo.
Mientras tanto, y si del fracaso peronista es imprescindible sacar una moraleja, acaso esta no sea inútil en estas horas confusas: el peronismo fue sin duda fruto de muchas cosas, pero si fue un fruto tan amargo y tan estéril ello se debió acaso, ante todo, a cierta –no siempre involuntaria– falta de lucidez con que dirigieron la Argentina antes del peronismo y durante el peronismo. (Halperín Donghi, 2006, p.55).
Sur. Entre el mal y los milagros
La frontera y su fecha bisagra: El 16 de junio de 1955.
Jorge Luis Borges supo, desde los orígenes del peronismo, interpretar el sentimiento de un sector importante de la sociedad argentina y principalmente de la mayoría de los intelectuales al definir este movimiento político como una sumatoria de mentiras amparadas en el sentimentalismo, a diferencia del gobierno asumido tras el golpe de Estado que estaba alejado del patetismo en su gestión:
El día 17 de octubre de 1945 se simuló que un coronel había sido arrestado y secuestrado y que el pueblo de Buenos Aires lo rescataba; nadie se detuvo a explicar quiénes lo habían secuestrado ni cómo se sabía su paradero. Parejamente, las mentiras de la dictadura no eran creídas o descreídas; pertenecían a un plano intermedio y su propósito era encubrir o justificar sórdidas o atroces realidades. Pertenecían al orden de lo patético y de lo burdamente sentimental; felizmente para la lucidez y la seguridad de los argentinos, el régimen actual ha comprendido que la función de gobernar no es patética. (Borges, 1955, pp.9-10).
En esta línea de pensamiento, pero desde la construcción de un relato vinculado con la cultura y la intelectualidad antiperonista, la revista Sur, en su edición bimestral de los meses de noviembre-diciembre del año 1955, desgranó desde sus páginas el pensamiento de hombres y mujeres de la intelligentzia vernácula que se opusieron al peronismo desde un primer momento. Por lo tanto, apenas producido el triunfo del golpe militar, estas palabras de Ernesto Sábato testimoniaron el sentimiento de esos intelectuales, quienes, a su vez, expresaron al conjunto del antiperonismo:
Y cuando oímos aquellas modestas marchas de San Lorenzo y de la bandera, sentimos que nuestros corazones latían con el antiguo fervor de nuestra niñez, milagrosamente incontaminado, a pesar de haber sido arrastrados (nuestros corazones) por la basura y por la infamia. Y cuando oímos la remota voz de Puerto Belgrano que nos decía que la escuadra estaba frente a Buenos Aires y que había dado plazo hasta la una al canalla que nos gobernaba, el tucumano Orce Remis y yo nos miramos y vimos que los dos estábamos llorando en silencio y que nuestras lágrimas venían de la misma y lejana y querida y añorada fuente: las ilusiones de nuestra común infancia. (Sábato, 1955, p.106).
Los artículos que hemos seleccionado poseyeron, a nuestro entender, un desarrollo sustentado sobre ideas vinculadas a las bases doctrinarias y filosóficas lúcidamente pensadas y llevadas a la práctica por las Generaciones del 37 y del 80, respectivamente. Estamos ante la presencia de la élite intelectual, la meritocracia patricia, tal como se definió a sí misma a lo largo de su desarrollo histórico.
En función de ello, dos conceptos nos parecieron adecuados para establecer esta suerte de continuidad visualizada por aquellos intelectuales, que se cristalizó en el tiempo y se volvió estereotipo a mediados del siglo XX en el marco del golpe del mes de setiembre del año 1955. La fecha bisagra, sin embargo, en este relato, es la del 16 de junio del año 1955 y la culpabilidad del entonces presidente de la Nación, quien, según Norberto Rodríguez Bustamante, “dividió para ser bombardeado”.
La lucha es clara, la libertad contra el “odio, el miedo y la irracionalidad”, es decir, contra quienes toscamente “se amontonan produciendo el caos primitivo”, propio de una “civilización degenerada, inhumana”; una multitud, que no siempre es pueblo, en manos de “un aprendiz de dictador”, sus maestros: Joseph Stalin, Benito Mussolini, Adolf Hitler. En este marco “las dos sílabas siniestras” –Perón–, dirigieron la barbarie, la ignorancia y no permitieron educar al pueblo y “Nosotros, dueños de nuestra Historia, con la razón que se impone a los mitos” hemos terminado con “el hechizo de la plaza pública” y con “el hechizo de la fealdad y la mentira”.
Esos conceptos tomados de la publicación citada, pertenecientes a diferentes autores y que hemos reordenado en función de nuestra propuesta de trabajo para este artículo, creemos que expresaron una síntesis de la visión del otro diferente, a quien no se lo aceptó integrado o como parte de una misma sociedad. Por los poros de los márgenes (de las fronteras políticas y sociales), se empujó violentamente con la palabra, uno de los pilares que justificó la violencia armada del golpe del mes de setiembre de 1955 y, luego, se marginó a las mayorías que adhirieron al peronismo. Mediante la palabra, se calificó y se denigró, en consecuencia, se impuso así la opinión (y la razón) y se justificó aquel accionar. Apelamos una vez más al propio general Pedro Eugenio Aramburu cuando, en su discurso del 13 de noviembre de 1955 dirigido a todo el país destacó, “el espíritu que alienta la Revolución; es el sentimiento democrático de nuestro pueblo, que afloró en 1810 y resurgió después en Caseros” (Whitaker, 1955, p. 185). Los escritos de Victoria Ocampo, El hombre del látigo; de Guillermo De Torre, La planificación de las masas por la propaganda; de Silvina Ocampo, Testimonio para Marta y de Adolfo Hitler acerca de la Alemania nazi son comparados con la eterna tiranía rosista y “la raza maldita con estirpe rastrera” que generó el peronismo.
Desde esa perspectiva, no hay –no puede haber– punto de encuentro, de debate, de contrapunto de ideas. La memoria y la identidad aparecieron cuestionadas y reinterpretadas en los escritos que mencionamos, lo que produjo una ruptura con el proceso político y social abierto por el peronismo. Construyeron una memoria oficial, un sentido común, fronteras simbólicas ante lo acontecido, con el objetivo de legitimar una acción presente y la recuperación de un todo espacial, semántico y cultural desde su posicionamiento de clase: la Patria, sin espacio para libertades y ciudadanías que no respondieran al marco cultural prefijado por sus mitos de origen.
Libertad
La Revolución Libertadora es un hecho histórico que puso fin a la larga noche de la tiranía. Ni perdón, ni olvido contra el tirano y sus secuaces. Recuerde lo que dijera el General José María Paz en sus Memorias a propósito de la tiranía rosista: “La posteridad tendrá trabajo para persuadirse de que es posible lo que nosotros hemos visto”. (Galasso, 2005, p.789).
Reafirmación de la Revolución Libertadora.
En el artículo de Sebastián Soler, se afirmó precisamente que “la doctrina liberal sigue siendo especialmente en Sudamérica tan necesaria hoy como antes; pero debe despojarse por cierto de hedonismo” (Soler, 1955, p.26). Esa libertad del hombre que no necesitó de beneficios materiales, sino de una libertad de espíritu que entroncó con el planteo de Manuel Río, quien reconstruyó la clásica línea histórica Mayo–Caseros–Setiembre al demostrar cómo del absolutismo español se pasó a la Revolución de Mayo y de esta a la reanudación de “la causa de la liberación en 1853” y se recuperaron “la justicia y la libertad” con las Presidencias Fundadoras. Se enlazó así ese continuo de libertad con la resistencia a la “opresión, la tiranía, y a la Barbarie”, que tuvo como corolario “en 1955, una tercera superación, también para muchos inesperada. El tirano y la tiranía se avientan hoy como polvo y, otra vez, la República se coloca en el camino de sus ideales connaturales” (Del Río, 1955, pp.4 31-32). “Hay hombres que todavía veneran a Rosas”, se lamentó Silvina Ocampo en su Testimonio para Marta y acotó Carlos Mastronardi:
Mucho antes de extinguirse Caseros, cuando aún se peleaba confusamente, el gobernador Rosas abandonó el campo de batalla para buscar refugio en el Consulado de Inglaterra. Así también, cuando en el mar y en la montaña había sangre, cuando la victoria aún no tenía dueño, nuestro segundo dictador buscó asilo en una Embajada extranjera. (Mastronardi, 1955, p.59).
En esta asimilación de épocas dominadas por “dictadores y tiranías”, vamos encontrando una primera línea de acción tendiente a demostrar la lucha permanente de quienes aseveraron detentar la libertad. Y lo hicieron en el marco del control de la memoria y el olvido, una práctica común no solo en esa clase dirigente, ya que ello implicó –frente a acontecimientos muy diversos– señalar aquellos que desde su ideología y su cultura política conformaron la memoria colectiva y fundar así la identidad. Esta actitud se entroncó con las denominadas políticas del olvido emanadas claramente del gobierno dictatorial del general Pedro E. Aramburu y del almirante Isaac F. Rojas, como, por ejemplo, el Decreto Ley N º 4161.
Ciudadanía
En cuanto a este concepto en ¿Qué Hacer? de Bernardo Canal Feijóo (1955) y Aproximación a ciertos problemas de Jorge A. Paita (1955), respectivamente, ambos escritores unieron las dos revoluciones que a una distancia de cien años (1852-1955) generaron un nuevo enemigo dentro del propio país:
Como hace cien años, el peor enemigo del país no está afuera, está adentro; y es mil veces más peligroso, que el de hace un siglo, porque ya no se llama “desierto” o caudillismo feudal, ahora tienen el nombre de Suma de potestades centralizadas, de superconcentraciones urbanas a costa de campañas empobrecidas, de las inseguridades de una naciente industrialización, de una obnubilación de la verdadera conciencia constitucional argentina en la mayoría de los dirigentes políticos. (Canal Feijóo, 1955, p.75).
Y, en esta continuidad de una historia oficial ad hoc en respaldo de los golpistas del 16 septiembre del año 1955, Jorge A. Paita le otorgó validez a esa línea de pensamiento “junto a la injusticia social y al Estado, (...) señalado un tercer peligro: la demagogia”. En el afán de asimilar y transpolar contextos históricos que den fundamento al accionar de esta etapa analizada, al tomar este párrafo de Domingo F. Sarmiento, no se hizo más que reivindicar los métodos empleados para, por ejemplo, resignificar la democracia incorporando a ciertos sectores sociales y con «mesura» a la participación política: «Si la ciudadanía, prodigada sin mesura, hiciera con millones de emigrados pasar por voto el gobierno a las clases proletarias e ignorantes, cuatro o seis veces más numerosas que la gente un poco culta de esa misma emigración, no hay términos con que expresar los desórdenes y atraso a que tal sistema llevaría», ya que se debe diferenciar de quienes no tomaron conciencia del sistema democrático: “Nuestros hijos maldecirían la torpeza de los legisladores que habían entregado virtualmente el país a las muchedumbres inconscientes” (Paita, 1955, p.95).
Conceptos tales como el de “democracia”, “voto” y “soberanía popular” que Esteban Echeverría supo describir según su análisis desde el uso pleno de la razón, y con esta se garantizaría evitar el “despotismo absoluto de las masas (y de) las mayorías”, en clara asimilación con los trabajadores que mayoritariamente se identificaron con el peronismo:
Necesitaban (los revolucionarios de Mayo) del pueblo para despejar de enemigos el campo donde debía germinar la semilla de la libertad y lo declararon soberano sin límites. No fue extravío de ignorancia, sino necesidad de los tiempos…” (Palabras Simbólicas, VII). De aquí resulta que la soberanía solo puede residir en la razón del pueblo y que solo es llamada a ejercer la parte sensata y racional de la comunidad social. La parte ignorante queda bajo tutela y salvaguardia de la ley dictada por el consentimiento uniforme del pueblo racional. La democracia, pues, no es el despotismo absoluto de las masas ni de las mayorías; es el régimen de la razón. (Paita, 1955, p. 96).
Hemos planteado el estereotipo con el cual se estratificó ya no un período determinado, sino el conjunto de la historia argentina. Y esto apareció claramente delineado en estas palabras que acabamos de transcribir de ambos intelectuales decimonónicos, ya que la influencia de los vientos revolucionarios franceses aún en plena explosión a mediados de los años 30 del siglo XIX (sin olvidar las fuentes que proporcionó el Iluminismo, la Revolución Francesa del año 1789 y las denominadas revoluciones burguesas del año 1830) fueron el modelo a seguir en una Europa donde las burguesías se abrían paso en todos los planos de la sociedad de entonces.
Aun a costa de equívocos al intentar trasladar mecánicamente estas ideas y prácticas políticas y culturales del viejo continente al Río de la Plata (sumergido en una guerra civil sin solución a la vista, con tradiciones criollas e hispánicas alejadas en la teoría y en la práctica de conceptos tales como “voto”, “ciudadano”, “parlamento” y de la noción de “partidos políticos”), Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi y Domingo F. Sarmiento lo hicieron desde una intelligentzia imbuida de un afán «modernizador», producto de incuestionables procesos revolucionarios e independentistas (como lo fue el proceso de los EE. UU. en el año 1776) que hicieron de la Constitución y la República imperativos de aquel mundo contemporáneo.
Conclusión
Por lo tanto, en esta continuidad histórica trazada a partir del golpe de Estado contra el justicialismo, Mayo fue el mes símbolo del inicio del proceso independentista –que se coronó en el año 1816– para el conjunto del pueblo argentino; Caseros fue la batalla que resolvió en la coyuntura del mes de febrero del año 1852 la guerra civil iniciada a partir del fusilamiento del coronel Manuel Dorrego, gobernador de la provincia de Buenos Aries en diciembre del año 1828; y Setiembre, el corolario de esa trilogía política, histórica e ideológica.
En efecto, el 16 de setiembre del año 1955, en una Argentina con sus instituciones republicanas en funcionamiento, con partidos políticos vigentes, (aun con situaciones que la oposición al gobierno de entonces consideraba como restrictivas o, inclusive, “autoritarias”), la libertad y la ciudadanía gozaban de una presencia política, social e identitaria para grandes masas de la población en cada ámbito de la sociedad.
La búsqueda de una asimilación con los hechos históricos antes mencionados a través de una retórica de lo fundante de la Nación, un modelo legitimado y un autóctono imaginario –que requiere a su vez de un no menos imaginario bárbaro ocupante de un no lugar– fueron eslabones de una misma cadena o parte integrante de una carrera de postas que fueron dejando en el camino la complejidad necesaria que la Historia nos demuestra en su construcción cotidiana.
Referencias
Canal Feijóo, J. (1955, 11 de diciembre). ¿Qué hacer? Sur, 237, 75.
Borges, J. L. (1955, 11 de diciembre). L’illusion comique. Sur, 23), 9-10.
Del Río, M (1955, 11 de diciembre). La consolidación de la libertad. Sur, 237, 30-37.
(1956) Discursos del Presidente provisional de la Argentina, general Pedro E. Aramburu, y del Vicepresidente, almirante Isaac F. Rojas, en doce meses de gobierno. 1955-1956. Buenos Aires, Argentina: s/e.
Galasso, N. (2005). Perón. Exilio, resistencia, retorno y muerte (1955-1974). (Tomo II). Buenos Aires, Argentina: Colihue.
Halperín Donghi, T. (2006). Argentina en el callejón. Buenos Aires, Argentina: Ariel.
James, D. (2013). Resistencia e integración. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI editores.
Mastronardi, C. (1955, 11 de diciembre). El periodismo laudatorio de ayer. Sur, 237, 54-61.
Paita, J. A. (1955, 11 de diciembre). Aproximación a ciertos problemas. Sur, 237, 95.
Quatrocchi-Woisson, D. (1998). Los males de la memoria. Historia y política en Argentina. Buenos Aires, Argentina: Emecé Editores.
Sábato, E. (1955, 11 de diciembre). Aquella Patria de nuestra infancia. Sur, 237, 106.
Soler, S. (1955, 11 de diciembre). La reafirmación de la Revolución Libertadora. Sur, 237, 26.
Svampa, M. (2006). El dilema Argentino. Civilización o barbarie. Buenos Aires, Argentina: Taurus.
Whitaker, A. P. (1956). 1955. Junio a diciembre. La Argentina, un calidoscopio. Buenos Aires, Argentina: Proceso.
Williams, R. (1987). Cultura y Sociedad 1780-1950. Buenos Aires, Argentina: Nueva Visión.
Williams, R. (2009). Marxismo y Literatura. Buenos Aires, Argentina: Las Cuarenta.
[1] Profesor de Enseñanza Media y Superior en Historia, recibido en Filosofía y Letras (UBA); docente en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, Facultad de Ciencias Sociales: Profesor Asociado Cátedra de Historia Social General, Profesor Adjunto Cátedra Historia Social Argentina, Profesor Titular Cátedra Libre de estudios comparados Historia Argentina Contemporánea y América Latina. Doctorando en la Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, tesis doctoral en curso: La Resistencia Peronista, memoria e identidad de sus actores a través de sus testimonios orales, en el marco de su cultura política en aquella primera etapa resistente: del 16 de junio del año 1955 a los Uturuncos.
[2] Este concepto lo hemos tomado de los trabajos de Mario Margulis, quien lo abordó en diferentes investigaciones. Sociología de la Cultura: Conceptos y problemas; Las Tramas del presente, desde la perspectiva de la sociología de la cultura; y La segregación negada. Desde Sociología de la cultura, trabajó la cuestión identitaria en la conformación de los sectores populares, y en particular de los trabajadores durante el primer peronismo.
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