Nuestro Legado

El cortés y los valientes. La imposición del nombre Mitre en una arteria del pueblo bonaerense (1901)

The courteous and the brave. The imposition of the name Mitre in an artery of a town in the Buenos Aires province (1901)

Pablo Valaco *
Universidad Nacional de Luján, Argentina

El cortés y los valientes. La imposición del nombre Mitre en una arteria del pueblo bonaerense (1901)

Antigua Matanza, vol. 8, núm. 2, 2024

Universidad Nacional de La Matanza

Recepción: 03 Septiembre 2023

Aprobación: 30 Octubre 2023

Resumen: La nomenclatura urbana clásica de las ciudades argentinas se caracterizó por su plena adhesión a un particular método de selección nominal que buscó la formación y conservación de una determinada memoria nacional, destacándose especialmente los nombres de héroes. En este estudio de caso se analiza la imposición del nombre Mitre a la calle ancha del Salto (1901), las connotaciones que rodearon esa decisión y la toponimia local vigente por entonces, relevando normativas, material documental, bibliográfico y fotográfico. El pueblo, que en un pasado no demasiado lejano había estado en la primera línea de frontera y en contacto con un mundo considerado incivilizado, iba consolidando nuevos rasgos urbanos, sociales y culturales. El polifacético Bartolomé Mitre fue en aquella oportunidad objeto de un sonoro reconocimiento en todo el país por su octogésimo cumpleaños, que abordamos a través de lo expresado en diferentes niveles legislativos y en publicaciones de la época. Padre fundador de la historiografía argentina y uno de los autores de las narrativas patrióticas que, entre otras influencias, inspiraron los nomencladores argentinos, era versado en las implicancias de la construcción de una memoria identitaria, y no permaneció indiferente ni a este ni a otros nombramientos.

Palabras clave: nomenclatura urbana, imaginario cívico, Mitre, Salto.

Abstract: The classical urban nomenclature of Argentine cities was characterized by its full adherence to a particular method of nominal selection that sought the formation and conservation of a certain national memory, especially highlighting the names of heroes. This case study analyzes the imposition of the name Mitre to the wide street of Salto (1901), the connotations that surrounded that decision and the local toponymy in force at the time, relieving regulations, documentary, bibliographic and photographic material. The people, who in the not-too-distant past had been on the front line of the border and in contact with a world considered uncivilized, was consolidating new urban, social and cultural features. The multifaceted Bartolomé Mitre was on that occasion the object of a resounding recognition throughout the country for his eightieth birthday, which we address through what was expressed at different legislative levels and in publications of the time. Founding father of Argentine historiography and one of the authors of the patriotic narratives that, among other influences, inspired the Argentine nomenclature, he was versed in the implications of the construction of an identity memory, and did not remain indifferent to this or other appointments.

Keywords: urban nomenclature, civic imaginary, Mitre, Salto.

Introducción

La nomenclatura urbana ha venido evolucionando a través de los siglos, pero sólo después de la Revolución Francesa empezó a imponerse, en general, un particular método de nombramientos ligado a la república y a una construcción de la memoria, cuyos motivos más característicos son los grandes hombres y los hechos destacados de las historias nacionales. En el caso argentino, este sistema se aplicó en Buenos Aires, su capital y principal centro político y financiero, masivamente en las últimas décadas del siglo XIX y en las primeras del siguiente, y desde allí se expandió, a grandes rasgos, al resto del país. Así, el perfil de la toponimia argentina, tanto la urbana como la que designa ciudades y pueblos, tiene un fuerte componente patriótico destinado a la promoción y a la preservación de la nacionalidad.

Sin embargo, hasta fines del siglo pasado eran escasísimas las contribuciones que la historiografía local había realizado sobre el tópico, y aún estas habían optado por un enfoque marcadamente enciclopedista, limitándose a presentar las denominaciones en orden alfabético y explicar su procedencia, a señalar casos curiosos, o a marcarse omisiones y/o supuestos errores entre autores acerca del significado de tal o cual nombre y otros puntos de disenso.

Afortunadamente, historiadores europeos avanzaron en la construcción de un marco conceptual apropiado sobre la cuestión (González Martínez, 1987; Agulhon, 1988; y sobre todo varios autores de artículos incluidos en la obra dirigida por Pierre Nora, Les lieux de mémorie; en especial, Milo, 1997). Este aporte teórico y metodológico fue importante para el desarrollo de nuevas orientaciones en Latinoamérica (Ramón, 1997; Zárate Toscano, 2005), Estados Unidos (Alderman, 2003), Europa del Este (Palonen, 2008) y Europa Occidental (Bourillon, 2012), entre otras, y también para el de nuestros propios trabajos.

También en Argentina, por fuera de los abordajes específicos descriptos, los topónimos urbanos comenzaban a considerarse como parte de los dispositivos de memoria tanto en trabajos que se encuentran con ellos en tránsito hacia otros objetivos específicos en campos tales como estudios urbanos (Gorelik, 1998), en el que habían sido soslayados por obras anteriores (Scobie, 1977; Romero, 1980); en estudios sobre sociabilidad (González Bernaldo de Quirós, 1999) e historiográficos (Devoto, 1993; Quattrocchi-Woisson, 1995; Pagano, 2009), como en la aparición de saludables investigaciones referidas a algunas ciudades en particular (Lanteri, 2007 -entre otros-; García y Mignacco, 2011).

En esa dirección, retomando nuestro análisis de este objeto de estudio, es notorio un vínculo estrecho entre nomenclatura y nación que se expresa en algunas fechas, acontecimientos y lugares geográficos, pero sobre todo en apellidos; y, dentro de estos, preferentemente el de militares. Por ello, el topónimo que nos ocupa en este artículo es representativo del bloque temático mayoritario, en tanto Bartolomé Mitre ocupó múltiples roles: presidente de la república, gobernador de Buenos Aires, fundador del diario La Nación Argentina, precursor de la historiografía nacional, general de la nación. Cuando Mitre se convirtió en octogenario, en 1901, fue el destinatario de una variada gama de reconocimientos, dentro de los cuales estuvo el darle su nombre a una de las calles más importantes de la capital argentina, y a innumerables arterias, parques y plazas de ciudades y pueblos de toda la república, e incluso del exterior. Estos espacios fueron casi sin excepción de una centralidad apreciable, con lo que el topónimo pasó a ser uno de los más utilizados y expuestos en el país.

Aquí veremos cómo se plasmó esta disposición en el Salto, en el norte de la provincia de Buenos Aires. Un poblado surgido en torno a un asentamiento militar de frontera, en contacto y periódicos conflictos con el mundo de los pueblos originarios que habían dejado sus marcas, también en la toponimia local, convertido ya por entonces en un núcleo poblacional, aunque todavía relativamente pequeño, en pleno crecimiento, configurándose como asiento de un centro de servicios de un área agrícola cada vez más afianzada, donde si bien ya eran conocidas algunas identificaciones de calles, el nomenclador no se consolidaría sino dos décadas más tarde; previsiblemente, presentando rasgos comunes con el resto de los nombres urbanos de la región y del país.

Para hacerlo, hemos relevado material documental, bibliográfico y fotográfico de la historia lugareña, acopiado en el Museo Rincón de Historia, además de algunas de las normas que los establecieron. En cuanto a los festejos del jubileo en el escenario porteño, apelamos a dos tipos de fuentes contemporáneas: las periodísticas (diarios y revistas) y las institucionales (discursos de legisladores nacionales en aquella oportunidad y diarios de sesiones del Concejo Deliberante porteño). Asimismo, revisamos la correspondencia relativa a este asunto disponible en los fondos documentales del Museo Mitre.

Por último, es preciso señalar que el homenajeado no permaneció indiferente a estas medidas, ni en el caso saltense ni en otros sui generis. Conocedor de la zona, tanto desde su recorrido político e institucional como desde sus facetas de militar o historiador, su interés se refleja en las cartas de agradecimiento, que, en esencia, transmiten puntillosidad caballeresca, urbanidad, cortesía; una segunda lectura, al margen de estas formalidades, permite apreciar cuán consciente era el anciano Mitre acerca de la trascendencia de las decisiones sobre los nombres urbanos.

El jubileo

El miércoles 26 de junio de 1901, al cumplir Bartolomé Mitre ochenta años, se celebró su jubileo con una gran fiesta cívica, disponiéndose un conjunto amplio de eventos monumentales con réplicas en prácticamente todo el país. Aún en las repúblicas, era común en la época que una personalidad pública sea motivo de festejos al llegar a esta edad; así ocurrió, por ejemplo, en los casos de Carlos Guido Spano (1907) o Benjamín Victorica (1911): “Es casi seguro que el jubileo de la reina Victoria de 1887, repetido diez años más tarde en vista de su notable éxito, inspiró ocasiones reales o imperiales posteriores en este país y en otros lugares” (Hobsbawm, 2000, p. 281, traducción de autor).

En Buenos Aires y en toda Argentina, ninguno de esos acontecimientos alcanzó ni por aproximación estas dimensiones: en su domicilio de San Martín 336, el agasajado recibió visitas y salutaciones de la más variada procedencia, y ofreció un discurso de agradecimiento desde la azotea a la nutrida concentración que lo aguardaba en la calle, en una ciudad movilizada y ornamentada para la ocasión. Para su organización se había comisionado a un grupo de notables, presidido por José Evaristo Uriburu, semanas previas al aniversario: fue en ese ámbito donde se propuso, entre variados reconocimientos (desfiles, entrega de medallas, impresión de una biografía para su distribución masiva, estatua…), rebautizar con su nombre a la hasta entonces calle Piedad de Buenos Aires, y, en simultáneo, a varias calles y plazas de diferentes ciudades. De cualquier manera, no se trataba de un estreno absoluto: el topónimo ya era usado en arterias de alguna que otra localidad (Rosario, Barracas al Sud) y lo había sido en los antiguos ejidos de Flores y Belgrano (antiguos partidos bonaerenses anexados a la jurisdicción de la flamante capital federal para su ensanche en 1887), distinciones en vida solo comparables a las recibidas por su contemporáneo Sarmiento.

La prensa de la época es un buen muestrario de la reputación social del portador de ese apellido. Por ejemplo, Caras y Caretas le dedicó varios números: editó un suplemento especial de veintiocho páginas (1901a) con gran cantidad de fotografías acompañadas de un relato biográfico; luego, documentó gráficamente a protagonistas y aspectos de aquella jornada (1901b), y todavía en la siguiente edición, a la par que continúa ofreciendo una amplia cobertura cronológica y fotográfica de la celebración en Buenos Aires e inclusive en otros lugares bonaerenses como Necochea, Mar del Plata, Coronel Suárez, Rojas, San Nicolás o Pergamino, expresa:

El jubileo del general Mitre [...] ha revestido todos los caracteres de una fiesta nacional, y no sólo las páginas de CARAS Y CARETAS, sino las de todos los periódicos de Buenos Aires dedicados un día a reseñar el acto resultarían insuficientes para ello. (Caras y Caretas, 1901c, p. 5)

Análogamente, El País publicó ese 26 de junio un retrato enorme de Mitre a cinco columnas, narrando las repercusiones en Río de Janeiro y Montevideo. El 27, tituló:

Mitre el jubileo de ayer - enorme manifestación en las calles, plazas y teatros - discursos y felicitaciones - las delegaciones extranjeras - entusiasmo popular, medallas, pergaminos y diplomas - dianas y músicas militares - las corporaciones - quince horas de regocijo. (El País, 1901d, p. 5)

Y sentenció: “somos una nación nueva en fundación, cuyos perfiles diseñan su tipo definitivo...”. Todavía el 28, continúa: “Honores al general Mitre - ecos del jubileo”, dando cuenta de los homenajes en puntos tan diferentes como Villa María (Córdoba), Resistencia (Territorio del Chaco), General Acha (Territorio de La Pampa), o Alvear, en la Provincia de Corrientes (El País, 1901d, p. 5; 1901e, p. 5; 1901f, p. 5)

Este medio admitía -en un momento donde era declamado el vínculo directo entre diario y sector político-, desde su aparición en 1900, ser el vocero del expresidente Carlos Pellegrini, y aunque se asumía, por lo tanto, como “adversario político” del patricio homenajeado en la ocasión, sostenía, desde esa condición, haber “podido quizás apreciar mejor” su trayectoria y méritos (El País, 1901c, p. 5). Mas aún, considerando insuficientes los homenajes que planificaba la comisión organizadora de dicho evento, tomó la iniciativa de abrir sus columnas a otros propuestos por sus lectores, planteándolo como un “concurso intelectual” (El País, 1901a, p. 5) en busca de originalidad, algunos de los cuales también son, más allá de algún probable dejo de ironía, verdaderas muestras del lugar que ocupaba Mitre en la consideración de la sociedad civil en los inicios del siglo XX.

Veamos, a modo de ejemplo, un puñado de muestras más que elocuentes:

Que cada municipalidad de la República, en la misma hora del mismo día, plante un árbol de larga longevidad en la plaza principal de cada ciudad, pueblo o centro cualquiera, el que se llamará ‘árbol de Mitre’; Que le erijan una estatua en la plaza Once de Septiembre y con frente a la calle que llevará su nombre. (El País, 1901b, p. 5)

Pienso que a la calle de la Piedad no se le debe poner ‘Bartolomé Mitre’ sino ‘Don Bartolo’, su verdadero nombre popular, y tenemos la obligación de tener el valor de aceptarlo, sin tener en cuenta las repugnancias femeninas de cualquier purista o decadente. Creo también que las placas deben ser costeadas por suscripción popular; Que a una de las capitales de los territorios nacionales que próximamente se erigirán en provincia se le bautice solemnemente con el nombre ‘Mitre’. En Norte América hay ‘Washington’ porque hay culto a los grandes hombres; Que se invite al pueblo de la República a poner el nombre del general a todos los niños nacidos ese día. Pero no Bartolomé, sino el de Mitre, así como hay Franklin, y Washington, y Lincoln, y Napoleón. (El País, 1901c, p. 5)

Decenas de propuestas de similar tenor, proponiendo desfiles, feriados, bautizos varios y hasta fórmulas matemáticas serían publicadas por este diario en las dos semanas siguientes, previas al proyectado jubileo. Por su parte, el vespertino El Tiempo, dirigido por Carlos Vega Belgrano, aún sin privarse de criticar algunas de las posturas políticas de Mitre por aquellos días (en particular, el contenido de una entrevista con el presidente Roca), publicó desde semanas anteriores avisos de casas comerciales publicitando la venta o alquiler de banderas, y el miércoles 26 anunció:

El jubileo - primeras demostraciones - lluvia de flores - la ciudad de gala - actos de esta mañana - felicitaciones y saludos - la casa paterna - el ejército y la armada - discurso del General Mitre - todos los detalles. (El Tiempo, 1901, p. 1)

Y, con “La calle Mitre” por título, “A la madrugada se cambiaron los letreros de la calle Piedad por la de Bartolomé Mitre. En la esquina de San Martín se puso la primera placa, costeada por el Colegio Nacional del Uruguay” (El Tiempo, 1901, p. 1).

Presumiblemente, La Nación abordó el evento con una edición extraordinaria, duplicando su cantidad habitual de páginas de ocho a dieciséis, más de la mitad de ellas dedicadas al personaje honrado y a sus acciones con copiosos textos, documentos históricos y -también- su retrato a cinco columnas (La Nación, 1901a, p. 5). Desde principios de mes, el medio familiar venía informando sobre las reuniones de la comisión de homenaje, adhesiones corporativas e individuales -tanto en el país como en el exterior-, integrantes de las comisiones locales de homenaje en cada ciudad o pueblo, el anuncio de los trenes especiales que funcionarían el día en cuestión y el decreto del PEN declarándolo feriado, entre otros aspectos.

Al día siguiente, una crónica kilométrica detalla abundantemente lo acaecido en los hechos de la jornada anterior, con un gran título a toda página: “Jubileo del General Mitre. Demostraciones en la Capital, las provincias y el exterior”, encabezándola así:

Ha sido una fiesta nacional, exenta por completo de todo espíritu partidista: la demostración popular de afecto, de veneración, de simpatía, el homenaje de respeto, con que nacionales y extranjeros han querido celebrar ayer el aniversario octogésimo del general Mitre. (La Nación, 1901b, p. 4)

Pocos párrafos más adelante, señala:

todo era Mitre y en todas partes estaba el nombre del general Mitre, inclusive en las blancas letras con que en cada cuadra de la antigua calle Piedad se ha escrito ´Bartolomé Mitre´ mediante iniciativa municipal, y ley del congreso de la nación. (La Nación, 1901b, p. 4)

Ese mismo tono atravesó otras publicaciones, lo que permite entrever con claridad que el octogenario era considerado un patriarca republicano inclusive por sus adversarios políticos, mientras su lugar en la política terrenal seguía siendo importante, como líder de los cívicos cada vez más cercanos al oficialismo nacional roquista. Así, el cambio de nombre se convirtió por varios motivos en un caso singular, tratándose además de alguien que había contribuido a guionizar la narrativa histórica que inspiraba la selección de topónimos porteños: fue uno de los pocos reconocimientos en vida en toda la historia de la nomenclatura argentina, avalado por los poderes nacionales, que incluso relativizaron normativas vigentes que los prohibían en la ciudad capital. Más allá de alguna discusión formal en torno a qué poder y nivel de gobierno correspondía la decisión, esta tuvo la aceptación de la amplia mayoría de los legisladores nacionales y la unanimidad de los municipales. En el primer caso, es representativa la voz del senador y expresidente Pellegrini, a tono, obviamente, con El País:

mi juicio no puede estar ofuscado por pasiones o simpatías que lo perturben, pues es sabido que he sido siempre adversario político del general Mitre, y tal vez es por ello que he podido apreciar mejor las grandes cualidades que hacen y harán resaltar la historia del gran patricio”. (El País, 1901b, p. 5)

En el segundo, una sucesión de discursos escolares decoró la unanimidad, de los cuales ofrecemos dos fragmentos a modo de síntesis:

La personalidad del general Mitre no se discute; su historia está escrita en el gran libro de la historia argentina, en medio siglo de lucha y grandeza. El proscripto de la época de la tiranía, fue soldado también del sitio de Montevideo, esa nueva Troya que han cantado los poetas y cuyas liras de oro se han visto inspiradas para cantar el patriotismo de los héroes y de los mártires que combatían para darnos patria y libertad. El soldado de Caseros puso en su espada todas las facultades de su alma, todos los esfuerzos de su corazón, todas las aspiraciones benditas del ciudadano, para luchar para introducir en nuestras costumbres y en nuestras leyes las instituciones de un pueblo libre; y así lo hemos visto luchando siempre, en todos los momentos, e inspirándose en el bien público y en el bien de la patria, para gloria de la República Argentina. El general Mitre es una figura eminentemente nacional y es sin duda por eso, que ese sentimiento de admiración por el general Mitre, palpita en todos los corazones, en todos los espíritus de los habitantes de la República desde el Plata hasta los Andes y ese sentimiento general tiene su repercusión más grande, aquí en esta capital donde está el hogar de este noble anciano, que después de haber hecho tanto por la patria, vienen las auras populares a discernirle uno de los honores más grandes que pueden tener los hombres de una patria libre. (Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1901, p. 364; 1902, pp. 110-111)

Si el concejal Obligado, autor de este discurso, intentó ser contundente, su colega Montes, como el resto de los oradores, no se quedó atrás, ilustrando una vez más el imaginario cívico vigente respecto del personaje agasajado:

Finalmente, el General Mitre […] coadyuva personalmente como hombre y como soldado a la organización definitiva de la patria. De este ciudadano, puede decirse lo que otrora se digera (sic) en la América del Norte de Washington el Grande: fue el primero en la guerra, fue el primero en la paz, y el primero en el corazón de sus conciudadanos. (Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1902, pp. 112-113)

El pasado del Salto y su avenida de los Valientes

Un puñado de décadas anteriores a esta ocasión, el pueblo no era más que el rancherío que rodeaba al fuerte (originado en una sencilla guardia militar de la primera mitad del siglo XVIII), uno más de los fortines bonaerenses; precisamente, de sus días de frontera le quedaban las cicatrices más dramáticas: en las primeras horas del 3 de diciembre de 1820, un malón liderado por José Miguel Carrera y el cacique Yanquetruz había arrasado con el Fuerte del Salto, matando a sus hombres, raptando a las mujeres, saqueando sus bienes e incendiando los restos; solo unos pocos lograron escapar hacia el Carmen de Areco e informar de la tragedia. Más allá de las medidas en represalia tomadas por el gobernador Martín Rodríguez, la plaza sufrió un nuevo saqueo en agosto de 1826, suceso que, junto a otros del mismo tenor en otros sectores de la provincia, y de escaramuzas militares varias con suerte dispar para las fuerzas de defensa, persuadieron al presidente Rivadavia a no desatender del todo la cuestión, aún en un contexto de guerra externa, y asignar hombres y recursos para la defensa de la frontera, nombrando a cargo al coronel Federico Rauch.

Este militar prusiano organizó rápidamente campañas ofensivas en un amplio territorio, desde Melincué, en el sur santafesino, hasta el cabo Corrientes, en la actual Mar del Plata. Precisamente, uno de los primeros combates, el de Saladillo, en el que sus Húsares vencieron a los ranqueles, tuvo lugar en cercanías del Salto. Tras ello, Rauch y sus soldados hicieron su entrada triunfal al incipiente pueblo en medio de la algarabía general que se desató luego de la tensa espera, entre ovaciones y vivas, episodio recordado por largas décadas como uno de los elementos constitutivos de la identidad local.

Con esta profunda huella, a este último episodio remitía el apelativo de avenida de los Valientes con la que se conocería alternativamente a la calle ancha del asentamiento, cuyas características urbanas cada vez más notorias no eran todavía plenas a principios del siglo XX. Es cierto: por ejemplo, el nuevo y monumental templo principal, La Conversión de San Pablo, se había inaugurado en 1883; además, Salto ya había sido alcanzado por el ferrocarril de Federico Lacroze en 1896, y el antiguo fuerte se había convertido en el núcleo de una próspera área agrícola -más allá de algunos períodos de crisis-, que había recibido el aporte de inmigrantes transoceánicos: tempranamente, el de irlandeses, seguidos por italianos -el grupo más numeroso-, franceses, españoles y otros, muchos de los cuales serían activos protagonistas de esa sociedad en formación, individualmente o a través de sus asociaciones, y a consecuencia de ello habría un temprano desarrollo mutual que durante ese mismo 1901 inspiraba, por ejemplo, la fundación de una sociedad argentina de protección mutua presidida por Tristán Lobos, hoy incluido en un nomenclador de la ciudad especialmente atento al reconocimiento de vecinos notables. Eran parte de una corriente inmigratoria extraordinaria que tuvo a la Argentina como uno de sus destinos prevalecientes, y fueron en un punto una preocupación de estado en cuanto a su integración a una cultura e identidad nacional más o menos homogénea, empleándose la nomenclatura urbana como uno más de los varios elementos cohesionadores implementados.

La población estaba en crecimiento constante, a tono con lo que ocurría en las comarcas vecinas: en 1895 habían sido censadas 6894 personas en todo el partido, de las cuales 4349 fueron consideradas población urbana y 2545, rural; 1314 extranjeros, por otra parte, representaban cerca de un veinte por ciento del total (De la Fuente, 1898a, pp. 54, 63). Sin embargo, no todos los adelantos de la modernidad habían impactado todavía en la vida cotidiana, y, desde otro punto de vista, Salto seguía siendo un pequeño pueblo con algunas decenas de manzanas de superficie dispar organizadas en un damero con algunas imperfecciones, de calles de tierra, con un número considerable de edificaciones precarias entre las 1347 viviendas censadas en todo el partido, de las cuales 193 fueron consignadas como de adobe (De la Fuente, 1898b, p. 5), aunque conviviendo con una importante cantidad de construcciones imponentes. Estos detalles pueden visibilizarse en una muy interesante compilación de fotografías (Scagnetti y Virto, 2013), o en las colecciones disponibles en el Museo Rincón de Historia de la ciudad: una transformación en pleno proceso, conviviendo viejos y nuevos elementos característicos.

En dicha coyuntura, huelga señalar que la cosmovisión hacia aquellos dramáticos episodios del pasado no admitía el más mínimo matiz: por un lado, Rauch y sus valientes, héroes civilizadores; por el otro, el enemigo a exterminar, los salvajes, los indios. Una mirada que se extendería sin cuestionamientos hasta bien entrado el siglo XX, como puede verse en el punto de vista de un reconocido vecino citado por Abril de Ciafardini (2005):

1826. Ha terminado el glorioso combate del Saladillo. Se ha cumplido una etapa más en el largo proceso de la enconada lucha de la civilización contra la barbarie. Y los héroes de la imperecedera hazaña, entran al pueblo por la calle ancha, que se llamó desde entonces, y debió llamarse siempre, la avenida de los valientes. (p. 139)

Estas palabras, que colocan en un sitial épico a los soldados de Rauch y aprecian menos al topónimo vigente desde 1901, pertenecen al Doctor Antonio Ángel Montes (1885-1960), un protagonista destacado de la vida política, social y cultural saltense (salteño, en realidad, era el gentilicio más utilizado en su época). En el primer aspecto, fue una referencia del radicalismo del distrito: llegó a ser intendente municipal (1929-1930) y fue elegido diputado provincial en dos períodos (1942-1943 y 1946-1950); asimismo, integró el circulo médico, fue periodista, socio activo de diferentes clubes y organizador de eventos ajedrecísticos, entre otras particularidades (UCR distrito Salto. Historia, sin fecha). En resumen, una voz distintiva, una personalidad local cuyo nombre lleva la escuela secundaria técnica de la ciudad.

Sin embargo, la nueva denominación, avenida Bartolomé Mitre, representaba como pocas a la Argentina moderna. Puestas en compulsa, la que reemplazaba, que con sus complementarias Rauch y Húsares no dejaban de glorificar un triunfo civilizador con reminiscencias históricas regionales profundas, traía sin proponérselo la remembranza de la barbarie a la que combatía, en plena puja aún. En cambio, Mitre, por aquellos días del jubileo, era instalada en Buenos Aires, en los pueblos vecinos y en casi todo el país encarnando a la victoria definitiva de la joven y pujante nación. (Figura 1).

Cuadrícula urbana de Salto con manzanas de distinta superficie donde hemos resaltado la arteria en cuestión
Figura 1
Cuadrícula urbana de Salto con manzanas de distinta superficie donde hemos resaltado la arteria en cuestión
Plano de Imprenta, librería y papelería La Tipográfica, detalle, ca. 1960

El jubileo y después: nombres para las calles

La diseminación del topónimo Mitre desde Buenos Aires al resto del país se produjo en simultáneo o en fechas próximas al jubileo del general, y por supuesto, abundan los ejemplos bonaerenses de este masivo reconocimiento en vida, privilegio que muy pocos alcanzaron: en esa oportunidad, por traer aquí algunos, se dio el nombre a la actual plaza Mitre de Mar del Plata (reemplazando la vieja identificación de Londres), a la calle ancha del Azul, hasta allí Comercio -guardando similitudes espaciales con el caso analizado aquí-, así como también al Partido de Arrecifes mediante una ley provincial (desde 1997 nuevamente identificado con su denominación original). De esta manera, el topónimo se multiplicó en los nomenclátores argentinos, y aún traspasó la frontera alcanzando el de Montevideo.

En Salto, el nombre fue introducido por un decreto municipal fechado el 25 de junio (un día antes de la celebración), refrendado por el intendente Juan Pedro Isleño (1864-1941), miembro de una encumbrada familia de recurrente alto perfil en la historia lugareña, cuyo apellido inclusive identifica a una estación ferroviaria del partido y al paraje adyacente. Porteño de nacimiento y con una larga trayectoria ocupando diversas funciones en el pueblo, Isleño era un joven ilustrado del cual podría decirse que representaba el correlato local de la generación del ochenta. Amigo del poeta Almafuerte, parece haber mantenido contactos con altos niveles de decisión política; una fotografía de 1886 lo muestra junto al flamante presidente Miguel Juárez Celman y al futuro primer mandatario José Figueroa Alcorta (Roldán, 2003, p. 12).

La Nación, el diario fundado por el propio homenajeado, lamentablemente no refiere pormenores de los actos realizados en el pueblo en esta ocasión, aunque sí da cuenta, entre las “notas y documentos” de felicitación recibidas por el general, la remitida por “la intendencia municipal del Salto” (La Nación, 1901b, p. 5); si lo hace con los festejos de Chacabuco, Pergamino o Rojas. El Concejo Deliberante local, por otro lado, sólo dispone de archivos completos desde 1929, y entre los expedientes anteriores que se conservan no hay ninguno alusivo a este tema. No obstante, si se nos permite orientarnos, por ejemplo, con lo reportado sobre el evento en Rojas -un pueblo vecino a Salto y similar en número y composición de la población- para imaginar aproximadamente lo acontecido en Salto en aquel atípico feriado, se describe en este caso que un “espléndido día” favoreció los festejos y la concurrencia de más de un millar de personas, donde hubo desfile, banda de música, presencia de autoridades municipales y de sociedades extranjeras (La Nación, 1901b, 27 de junio, p. 6).

En el contexto de 1901, la arteria nombrada en honor a Bartolomé Mitre convirtiéndose con el correr de los años en la Mitre según la referencia popular-, era (lo es también actualmente) de absoluta centralidad, extensión y prestigio a escala pueblerina. (Figura 2). En ese ámbito, desde la segunda mitad del siglo anterior se había comenzado a dar nombre al puñado de calles que atravesaban el pueblo, aunque su uso corriente debió haber sido, por considerarse innecesario, bastante limitado, prevaleciendo en cambio referencias físicas, geográficas o de personas para ubicar sus lugares, como todavía ocurría varias décadas después. Revisando esos antiguos nombres que convivían con el recuerdo de los valientes, no advertimos ningún criterio predominante, intercalándose los tradicionales con los patrióticos: los hay derivados del santoral, están presentes las fechas nacionales, las principales batallas libradas por la independencia argentina, dedicatorias hacia algunos pueblos vecinos, algunos de carácter geográfico, y, previsiblemente, el recuerdo al Coronel Rauch, jefe de los valientes, y a los Húsares (aunque este última denominación fue reemplazada posteriormente por Avellaneda). Así, si en definitiva predominaron los motivos patrióticos y republicanos, la rémora de universos simbólicos pasados aportaba por su parte algunas expresiones.

En 1911, también a tono con lo ocurrido en la ciudad de Buenos Aires, se incorporó el nombre Sarmiento, en el centenario del natalicio del célebre sanjuanino; no obstante, el pueblo no tendría un nomenclátor consolidado sino hasta el 10 de octubre de 1921 (Abril de Ciafardini, 2005, p. 140), es decir, veinte años después del reconocimiento a Mitre, lo cual coloca a esta avenida en el lote de las arterias de nombre más antiguo (después de San Pablo -notable caso de supervivencia de un topónimo céntrico extraído del santoral sobreviviente en la región- y de algún que otro topónimo preexistente a esa fecha).

Sin sorpresas, esta norma fundamental de 1921 contenía, como es obvio, los nombres más usuales en el país, influidos por los utilizados en la ciudad de Buenos Aires: San Martín, Belgrano, Rivadavia, Moreno, Sarmiento, Mitre -estudiado aquí-, 25 de mayo, 9 de julio, Maipú, Chacabuco (hoy en otro espacio), Libertad e Independencia (este último terminó siendo reemplazado décadas después por Valentín Vergara). La mayoría de estos perduran en la actualidad, aunque, curiosamente, no se consideró el nombre de José Valentín de Olavarría, destacado militar nativo del Fuerte del Salto que fue incluido con posterioridad. Por otra parte, también se confirmó en dicho año la numeración postal de cincuenta números por cuadra, nada extraño en las ciudades de la zona (vigente entre otras en San Nicolás, Junín, Rojas, Colón, Carmen de Areco, Chacabuco, San Antonio de Areco, Mercedes, Chivilcoy y Campana), a semejanza de la utilizada antiguamente en la ciudad de Buenos Aires hasta que en 1894 empezara a regir la actual, que indica cien, que había sido establecida en 1887.

Como también es habitual, los topónimos alusivos a personalidades locales se irían incorporando con el correr del siglo XX con denominaciones como Profesor Montes, Antonio Belmartino, Francisco Latrubesse, Dardo Lafalce, Osmar Antonio Lalla, Bernardino Esperanza o Doroteo Gómez, entre varias otras; además de, ya más cerca en el tiempo, motivos provenientes de otros bloques temáticos, como los alusivos a mujeres o propios de las culturas originarias.

Finalmente, desde las últimas cuatro décadas e intensificada en la centuria actual, la influencia de una nueva mirada historiográfica de escala continental, que cuestiona nombres como Colón o Isabel La Católica, o el de Julio Argentino Roca en un plano nacional, llevó a consumar algunos cambios, como el de este último topónimo en la ciudad de Rojas (En Rojas ninguna calle recuerda a Julio Argentino Roca, 2008). En el nomenclador de Salto caducó el nombre del jefe de los valientes: en efecto, la calle Coronel Federico Rauch -que ya había sido mudada de su lugar central a la periferia del ejido urbano- fue rebautizada Presidente Raúl Ricardo Alfonsín. Los primeros considerandos de la normativa que lo dispuso, absolutamente antagónicos con aquellas palabras de Antonio Montes, son contundentes en ese sentido, de alguna manera completando un giro de más de un siglo:

Que, Federico Rauch fue un coronel prusiano contratado por el presidente Bernardino Rivadavia, en 1826, para eliminar a los indios ranqueles que ocupaban las llanuras pampeanas sin siquiera indicársele por qué debía hacerlo;

Que, los estudiosos y los escritores han señalado que los ranqueles eran pacíficos con los pobladores de origen europeo y criollo;

Que, […] el coronel Rauch vino con un buen sueldo a una tierra y una cultura desconocidas para él y no “para defender a la Patria” o proteger a los suyos;

Que, de su cruel tarea dan cuenta los partes militares, que obran en el Archivo General de la Nación;

Que, siempre estamos a tiempo de enmendar nuestros errores y equivocaciones … (Ordenanza n°106, 2009)

Salto. Una chapa señalizadora de la avenida Mitre. Al fondo, edificio de la sociedad francesa.
Figura 2
Salto. Una chapa señalizadora de la avenida Mitre. Al fondo, edificio de la sociedad francesa.
17/07/2023

El agradecimiento

También en el Salto, como hombre público, Bartolomé Mitre había tenido sus partidarios y detractores desde sus épocas de gobernador y presidente, cosa evidenciada por ejemplo cuando encabezó la revuelta de 1874 -argumentando la consumación de fraude en la elección del presidente Avellaneda- y fue finalmente derrotado en La Verde, lo cual, según una versión, compungió entonces a la mayoría de los residentes extranjeros que le eran acólitos -incluso había quienes exhibían un retrato suyo en sus domicilios-; y, a la vez, alegró a muchos de sus hijos que, enrolados en la juventud del autonomismo alsinista, celebraron su infortunio ruidosamente con cohetes en el pueblo (Jauretche, 1972, p. 203).

La plaza no le era desconocida, y lógicamente, además de sus recuerdos personales y vínculos políticos, también sabía de antiguos malones y valientes tanto por la vía popular como por la documental, revisada en su labor de historiador y volcada en algunos párrafos alusivos con las obvias conceptualizaciones propias de su tiempo. Por ejemplo, aunque los fecha el día anterior, basándose en el parte del comandante de Areco, así refiere los hechos de 1820:

Don José Miguel Carrera, con sus 120 aventureros, unido a los indios salvajes de la pampa, había invadido la frontera por aquella parte (N. del A., alude al norte de la provincia); apoderándose del pueblo del Salto; saqueada su población, incendiándolo después; violando a sus mujeres en el recinto de la iglesia donde se habían refugiado, y llevándose como trecientas cautivas con sus hijos en brazos, dejando tras sí la desolación y el espanto. (Mitre, 1928, p. 407)

Por otra parte, sabido es que, en su faceta de historiador, Mitre ha sido considerado, junto a Vicente Fidel López, uno de los padres de la historiografía argentina. Sus narrativas y sus particulares miradas sobre el pasado contribuyeron a la consolidación de una identidad nacional, consagrando una memoria colectiva funcional a una mayor cohesión social, materializada desde los poderes del estado en diferentes dispositivos y estrategias - educación universal, estatuas, auspicio de determinadas tradiciones nacionales, etc.- entre los cuales situamos a la nomenclatura urbana. Se trata de uno de los tipos de memoria nacional, según propone una clasificación: una memoria-nación propia de una nación con plena conciencia de sí misma, correspondida por una historiografía romántica y liberal, como proyecto unificado, que “…creó decisivamente los instrumentos de exploración y de conservación de su propia memoria” (Nora, 1997, p. 2209).

En 1901, Mitre era senador de la Nación: si bien su apogeo político -aunque seguía siendo un primerísimo actor- y su obra historiográfica habían quedado atrás, hemos visto en las crónicas laudatorias en oportunidad de su jubileo que estaba lejos del ostracismo. En ese contexto, el patricio recibió misivas de varias autoridades de ciudades y pueblos que en aquella ocasión o en otras próximas habían dispuesto identificar con su nombre a algún lugar público, como las procedentes de las intendencias o concejos deliberantes de Rosario y Helvecia (Santa Fe), y de las bonaerenses Benito Juárez, San Pedro o Junín. La región, cabe destacar, había adherido muy especialmente -también aquí trascendiendo fronteras partidarias- a los festejos por sus ochenta años y, en especial, a su derivación toponímica: “Esos pueblos de la provincia de Buenos Aires lo honraron en su jubileo en forma excepcional. No hay calle que no lleve su nombre en ellos o no tenga su monumento o placa recordatoria” (Elissalde, 2021).

En el caso de Salto, su intendente recibió una agradecida devolución: escrupulosamente cortés, el reconocido prócer se dirigió “Al señor don Juan P. Isleño, Intendente Municipal del Salto” en una pieza en la que dejó implícita tanto la importancia que le merecía la toponimia urbana como su conocimiento acerca del distrito y su perfil poblacional, ciertamente similar en toda la zona aledaña por entonces. (Figura 3). El texto expresa lo siguiente:

Al acusar recibo de la nota de Ud. de fecha 25 del corriente, acompañando copia del decreto de esa Intendencia por el que se da mi nombre a la calle “Valientes”, de esa importante población, no puedo menos de agradecer a las autoridades locales y al pueblo del Salto, los honores que han tenido la bondad de discernirme, asociándose de ese modo a la conmemoración de mi cumpleaños.

Esa demostración de profunda simpatía, que provoca mi cordial agradecimiento, me hace también más querido, si cabe, ese hermoso pedazo de la provincia de mi nacimiento.

Quiera el señor Intendente Municipal, ser intérprete ante las autoridades locales y el pueblo nacional y extranjero de ese partido de mis cordiales sentimientos de gratitud y de los votos que formulo por su felicidad.

Saluda a Ud. con toda consideración. (Mitre, 1901)

Así, el antiguo gobernador y presidente, el militar, el político y el historiador que había contribuido a guionizar la historia nacional y a construir su imaginario panteón (e, indirectamente, había por lo tanto incidido en la conformación de los nomenclátores urbanos), y, a consecuencia de ello, era absolutamente consciente de las implicancias de los lugares y dispositivos de memoria (en ese sentido, aunque en su obra destaca a las estatuas por sobre los nombres de espacios públicos, estamos aquí ante el Mitre anciano sabio), aceptaba y agradecía epistolarmente su propia inclusión. El apellido del cortés que quitaba a los valientes en la calle ancha del Salto se convertiría también desde entonces en uno de los más presentes en la nomenclatura urbana argentina.

Finalmente, cabe señalar que, como hemos visto, los topónimos urbanos, sujetos a las mentalidades, creencias sociales y visiones alternativas sobre el pasado de cada época, no tienen garantía de perpetuidad. Ni siquiera Mitre, que, como muestra de ello, perdió en los últimos años su privilegiada ubicación en la ciudad de Pehuajó (Se promulgó la Ordenanza que habilita el cambio de nombre de calle Mitre por Raúl Alfonsín, 2019).

Correspondencia remitida por Bartolomé Mitre al Intendente Isleño
Figura 3
Correspondencia remitida por Bartolomé Mitre al Intendente Isleño
Museo Mitre

Conclusiones

Un sólido marco teórico construido y desarrollado durante las últimas décadas, que sitúa a la toponimia dentro del conjunto de los soportes de la memoria, ha sido el punto de partida que permitió abordajes más ricos sobre este asunto; también lo fue para nosotros. Instrumento de construcción de una identidad nacional, la nomenclatura urbana argentina empleó predominantemente motivos funcionales a ese objetivo, con especial predilección por los nombres de personas, algunos de los cuales son, precisamente, los topónimos argentinos más usuales: Belgrano, San Martín, Rivadavia, Moreno, Sarmiento; y, por supuesto, el de Bartolomé Mitre, que tuvo en el jubileo de 1901 un principalísimo disparador de su difusión a lo largo de toda Argentina.

Entre los muchos lugares que arbitraron espacios para este reconocimiento en vida, mostramos aquí el caso del pueblo bonaerense de Salto, por entonces ya convertido en cabecera de un partido con una agricultura pujante. Sin embargo, en aquella incipiente ciudad, el tránsito hacia la modernidad no había llegado a su fin, conviviendo en las postales urbanas elegantes edificaciones con viviendas de adobe, vías férreas de reciente uso con calles de tierra, entre otros aspectos. Hasta poco más de medio siglo antes, había precedido a esa pequeña urbe un fuerte, con orígenes en una primitiva guardia de avanzada, signado periódicamente por el azote de malones protagonizados por indios salvajes, que en el imaginario cívico vigente representaban la barbarie, y por lo tanto celebraba unánime y ostentosamente cada uno de los éxitos de las fuerzas represivas enviadas por los gobiernos centrales.

Precisamente, entre los primeros nombres distintivos de las calles del antiguo fuerte-pueblo en transición a convertirse en una pequeña ciudad, en la segunda mitad del siglo XIX, tuvieron lugar motivos que rememoraban un triunfo sobre los ranqueles de 1826: Federico Rauch (jefe militar a cargo), Húsares (soldados que componían la fuerza victoriosa), y, para identificar a la calle ancha por donde Rauch y sus Húsares habían desfilado tras esa victoria, Valientes, englobando al coronel y a su tropa… eran la clara encarnación de la civilización venciendo a las tendencias retrógradas.

No obstante, esa particular representación de un nuevo tiempo traía en sí misma el recuerdo del universo simbólico anterior: malones, salvajes, degüellos, violaciones; en suma, se filtraba en ellos una brutal expresión de aquellas oscuridades de antaño. Sobre todo, la identificación de la calle ancha, con una centralidad que le otorgaba absoluta visibilidad. El homenaje en vida a Mitre dio, en este caso, la oportunidad de desprenderse de aquella evocación, aunque por décadas, algunos testimonios de reconocidas figuras locales, como el caso de Montes, expresaran contrariedad por la quita de Valientes. Como sea, la adhesión a la modernidad ahora se plasmaba desde una denominación con un prestigio unívoco, el mismo que había pasado a identificar espacios elegantes como calles, avenidas, plazas y parques en toda la república.

Mitre y Salto. Un personaje multifacético consciente de las implicancias de los usos del pasado y conocedor de la población e idiosincrasia lugareña, en su doble rol de hombre público e historiador; y, particularmente, consciente también de la relevancia de los nombres de espacios públicos como lugares de memoria. En el caso de Salto, así se vislumbra en la carta de agradecimiento al intendente Isleño -por otra parte, todo un hombre de su tiempo-, fechada a los pocos días de nombrada su avenida.

Por último, cabe mencionar que las chapas señalizadoras no siempre son letreros eternos. En ese sentido, una nueva recepción historiográfica que comenzó en el último tramo del siglo XX invitó a girar de la idea de civilización al avistamiento del otro originario, y por lo tanto a revalorizar las raíces americanas y el carácter mestizo de nuestras sociedades. Esta mirada supuso en Salto la baja definitiva del topónimo Rauch (Húsares ya no formaba parte del nomenclador local), como el de Roca en la cercana ciudad de Rojas, entre muchas otras. Por otra parte, las visiones alternativas sobre el pasado hicieron que, por ejemplo, en Pehuajó, fuese nada menos que Mitre quien debiera ceder su lugar.

Agradecimientos

Agradecimientos: en Salto, Julián Ainora (presidente del Honorable Concejo Deliberante); César Larroude (Director de Cultura de la Municipalidad); Oscar Quiñones y Fabián Valaco (Museo Rincón de Historia); en Buenos Aires, Sebastián Raya (Archivo Museo Mitre).

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Notas de autor

* Profesor y Licenciado en Historia. Docente e investigador en temas de historia regional y de la toponimia urbana, sobre los que ha publicado diversos trabajos.

Información adicional

Cómo citar este artículo:: Valaco, P. (2024). El cortés y los valientes. La imposición del nombre Mitre en una arteria de un pueblo bonaerense (1901). Antigua Matanza. Revista de Historia Regional, 8(2).

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